Virginia Woolf y su

ambivalencia con el lenguaje

 


Antonio Rivera Hernández. PIR

Beatriz Carrasco Palomares. MIR

Servicio de Psiquiatría y Psicología Clínica. HURH Valladolid.

Correspondencia: beatrizcarrasco9381@hotmail.com

 

 

«Quería escribir sobre todo, sobre la vida que tenemos y las vidas que hubiéramos podido tener. Quería escribir sobre

todas las formas posibles de morir».

 

V. Woolf

 

 

La escritura facilita el encuentro con uno mismo se esté loco o cuerdo. Es una herramienta de vida al alcance de todos que permite hacer pensable lo impensable, perpetuar lo efímero, materializar el pensamiento y resignificar el momento. No pocas veces se habla porque sí pero rara vez se escribe sin motivo.

 

Todos escribimos pero son los escritos de los locos, ilustres o no, con su gran calado y profundidad, los que en el día de hoy nos interesan.

 

Os hablaremos de Virginia Woolf. Justificar el porqué de esta elección es fácil. Anuda como nadie locura y escritura. Además de ser una de las escritoras más importantes del siglo XX y una de las figuras de renombre del modernismo literario de su época, Virginia Woolf padeció una psicosis maniaco-depresiva y plasmó en sus escritos de ficción y en sus diarios su andadura vital por la locura. Su obra, al alcance de todos, testimonia su gran capacidad de introspección, la profundidad y lucidez de sus pensamientos y reflexiones, el sufrimiento y la soledad que  acompañan a la locura y los intentos desesperados pero geniales de sobreponerse al malestar psíquico como si la curación de la locura fuese un asunto volitivo. La escritura fue para ella un estabilizador más potente y eficaz que el carbonato de litio. Le permitió vivir hasta los 59 años, momento en el que el derrumbe del yo le ganó la batalla a las letras. Virginia Woolf nos enseña la evolución natural de su psicosis y la crudeza de la locura expresada libremente sin la interferencia de los psicofármacos. Kraepelin y Clérambault estarían henchidos y muy satisfechos si un caso clínico como el de Virginia Woolf hubiese entrado por la puerta de sus despachos.


La obra de esta escritora, su temática, su estilo literario y la función que para ella tiene el papel y la tinta no pueden ser entendidos sin hacer un recorrido por su patobiografía. Su obra principal y más intensa fue sin duda su novela familiar. De ella y gracias a ella surgirán el resto.

 

Virginia Woolf, hija no deseada, nació en 1882. Sus padres, Leslie Stephen intelectual de la época y Julia, de una belleza digna de ser retratada, se casaron tras haber enviudado previamente ambos. Leslie aportó una hija al matrimonio, Laura, tachada de mentalmente incapaz y Julia aportó tres hijos: George -el preferido-, Stella y Gerald. Virginia fue la tercera hija del matrimonio. Vanessa y Thoby la precedieron, Adrián la siguió. Los celos, la rivalidad y la dependencia entre las hermanas fueron una constante en la vida de ambas.

 

Virginia no fue inscrita en la genealogía del deseo salvo en el deseo de no-ser. Ni antes de ser engendrada ni después pudo ocupar un lugar, todos estaban copados. Heredó la nada e hizo con ello lo que pudo. Para su madre no existió y con su padre la relación fue de una gran ambivalencia. Se movió entre la identificación con el padre (escritura, dependencia de figuras femeninas) y el rechazo al mismo.


Fue educada por sus padres en su intelectual y bien relacionado hogar del número 22 de Hyde Gate en Kensington. Los literatos más influyentes de la sociedad victoriana frecuentaban con asiduidad la casa de la familia Stephen.

 

Virginia tardía en la adquisición del lenguaje pero sagaz y aguda con su uso en lo sucesivo fue definida como una persona cambiante que alternaba la timidez y la extroversión sin claro patrón, reivindicativa y excesivamente imaginativa. Tuvo una gran vida social que no consiguió llenar su vacío y soledad interior. Rodeada siempre de gente pero eternamente sola.

 

Su creatividad surgió rápido. Ya a la edad de 8-9 años, buscó a través de un periódico semanal, sacar a la luz sus demonios familiares. El poder de la escritura le permitió reparar y tolerar la dinámica familiar presente. Su fantasía le permitió defenderse de lo intolerable.

 

El desencadenamiento de la psicosis de Virginia Woolf se produce tras el fallecimiento de su madre. Tenía 13 años. Desde ese momento y hasta el final de sus días la noria sube y baja continuamente. Solo la escritura y el agua pudieron pararla, la primera temporalmente y la segunda para siempre. Las crisis más intensas y significativas, tres en total, se produjeron en la adolescencia y en la juventud. La cronología de los episodios siempre fue la misma, melancolía que en su cenit vira defensivamente a la manía, cambiando el sufrimiento más hondo por la negación (más tolerable).

 

La primera crisis, como ya comenté, ocurre en el verano de 1895 tras el fallecimiento de su madre. Su partida trae consigo el silencio familiar que complica más si cabe la dificultad intrínseca de Virginia para poder elaborar el duelo. No se le da ni un lugar ni un tiempo para aceptar y asumir la pérdida. El segundo episodio se produce tras la muerte de su padre en 1904 y el tercer episodio en 1913 tras su matrimonio con Leonard Woolf. Las relaciones sexuales reviven en ella los abusos sexuales que sufrió por parte de sus hermanastros. Se  duda sobre la duración de los mismos, la mayoría de los biógrafos de Woolf afirman que se produjeron desde la muerte de su madre y que finalizaron cuando se casó. Correlación temporal con sus crisis más intensas.

 

Qué decir de su final, nos lo adelantó ella en su primera obra “Fin de Viaje” (1915). El 28 de marzo de 1941 de forma impasible ante una decisión tomada muchos años antes, escribe una carta de despedida a su querido Leonard, llena los bolsillos de su abrigo de piedras y se tira al río Ouse. Es en el agua, sinónimo para ella de tranquilidad donde encuentra la paz y el sosiego que no tuvo en vida.

 

Como le dijo Freud a su amigo Fliess en una de las cartas que le dirigió «hay que sentirse un poco mal para escribir bien». Nosotros diremos que o un poco mal o excesivamente bien. En sus momentos melancólicos “la ola” como llamaba Virginia Woolf a los mismos arrasaba con todo y solo la escritura parecía dar una tregua a su tristeza irracional, a su culpabilidad y a su indignidad. El sufrimiento extremo de esos momentos le dio el conocimiento para encararlo, el consuelo de la escritura. Pero es en sus momentos de euforia desmedida donde eclosiona su creatividad. Su pensamiento ideofugal, sus asociaciones laxas, la hiperconciencia e hiperestimulación psíquica, sensorial y corporal le permitían entrar en un estado fecundo donde los pensamientos ganaban a la palabra por lo que tenían que utilizar el atajo de la voz para expresarse. Los síntomas propios de la manía están presentes y grabados en sus novelas y en sus diarios.

 

Nada en los escritos de Virginia Woolf fue ficción. Su transparencia fue opacificada por las letras lo que le permitió desde esta seguridad creada narrar, expresar, vivir y resignificar sus experiencias autobiográficas. Todos sus personajes fueron Virginia. Hilos que nos llevan a la tela de araña de la escritora. En su diario expresa como la palabra le permite separar su interior de la realidad, límite para ella difuso. La defensa que consiguió en la palabra se resquebrajó al final de su vida.

 

La técnica literaria que empleó fue una variante de la corriente de conciencia conocida como monólogo interior o diálogo interior (técnica también utilizada por Joyce). Su yo interior conversa con su otro yo; extraño e impuesto en muchas ocasiones para ella. Virginia Woolf se experimentó como objeto de su experiencia. Usó un estilo indirecto, la tercera persona en lugar de la primera. Para ella la palabra “yo”, “no existía” afirmando que este pronombre “se utilizaba siempre para alguien que no existía”. De hecho, toda su historia podría resumirse en que ella no fue ni es.


Sus obras le dieron el continente seguro donde exorcizar sus traumas sin resolver: ambigüedad sexual, miedo a enloquecer, relación con sus padres, su relación con el cuerpo y sus dudas y preguntas existenciales.

 

En su primera obra “Fin de Viaje” (1915) además de anticiparnos el futuro, hace referencia a sus dificultades para mantener relaciones sexuales. Racher Vinrace guarda una estrecha relación con Virginia Woolf, comparten locura, suicidio y frialdad sexual. A pesar de haberse casado con Leonard en 1912, Virginia toda su vida tuvo relaciones sentimentales con mujeres. Una de ellas destacó de entre las demás, la escritora y diseñadora de jardines Vita Sackville-West. Mujer mayor que ella a la que conoció en el grupo de Bloomsbury. Tan importante llegó a ser para Virginia que la convirtió en la protagonista de “Orlando” (1928). Mucho se habló de qué pretendía obtener de estas relaciones, quizás encontrar en estas figuras femeninas la madre que no tuvo. La ambigua relación con su hermana Vanessa también ha dado lugar a muchas interpretaciones.


En su obra “Mrs. Dalloway” (1925), el protagonista Septimus Smith se sumerge en la locura. Virginia Woolf hace una reflexión sobre el porqué de la locura verbal de Septimus no sin antes  reflexionar sobre el derecho a enloquecer y a elegir un discurso minoritario al de la cordura dominante. «No sentir nada ante la muerte de un ser querido es lo que desencadena la enfermedad». Parece tener razón.

 

En “Al Faro” (1927) consigue rehacer su relación con sus padres muertos muchos años atrás y acallar las voces de su madre, siempre presentes, para que las suyas puedan ser expresadas. Hasta ese momento su madre había monipolizado y usurpado su lenguaje. Virginia, dada la intromisión que sufría del otro, utilizó a sus personajes como ventrílocuos de su palabra, expresando por ella lo que no había podido decir ni a su madre ni a su padre. A través de otro consiguió decir lo que no había podido decir. Es por este camino por el que logra reconciliarse temporalmente con su pasado. Reflexionará también en esta novela sobre la percepción del tiempo, diferente para cada uno de nosotros y muy alejada en ocasiones del tiempo cronológico. Lo efímero aunque como tal inasible es lo único que considera que puede ser valorado y vivido. Lo que moviliza es el instante y la amenaza de dejar de ser. Es lo que parece despertarnos del hastío del vivir. Lo que consigue que la vida pueda ser vivida es saber que no dura eternamente.

 

La relación que Virginia tiene con su cuerpo queda de manifiesto en “Las Olas” (1931), en el personaje de Rhoda. Experiencias de despersonalización, de desrealización, de inseguridad ontológica, de mimetismo, de búsqueda de identidad y de extrañeza respecto a su cuerpo llenan páginas y páginas. El libro no termina como nos gustaría, lo hace con el suicidio de los dos protagonistas (Rhoda y Bernard) utilizando el agua para alcanzar su objetivo.

 

Su última obra “Entre actos” (1941) resume y magnifica sus principales preocupaciones: la transformación de la vida a través del arte, la ambivalencia sexual y la reflexión sobre el flujo del tiempo y de la vida. Es el más lírico de sus libros escrito principalmente en verso.


Durante toda su vida la escritura sostuvo a Virginia Woolf dándole el sostén que el lenguaje no le dio. En las letras encontró su estabilización, pero al final de su vida estas no fueron suficientes. Aceptar y asumir que la vida, como nos dice, «quizás no se presta a las manipulaciones a las que la sometemos cuando intentamos contarla» debió tener un gran impacto para ella. Nos transmite con desesperación que la palabra tiene su límite, fuera de ella está la nada, la brutalidad de los objetos, lo real que dirán otros.

 

En las psicosis el lenguaje se emancipa y el sujeto es hablado por el lenguaje. Las voces y el delirio aparecen para llenar la ausencia de la propia palabra. Virginia ganó muchas batallas engañando al lenguaje pero este se impuso como un extraño al que no entendía, la dominó y le ganó la guerra. Victoria pírrica, pero victoria al fin y al cabo.


BIBLIOGRAFÍA

 

1.GARCÍA NIETO, R. "Virginia Woolf: Caso Clínico". Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 2004, n.92, pp. 69-87.


2. COLINA PÉREZ, F. Locas letras (variaciones sobre la locura de escribir). Frenia, 2007, Vol. 7, n. 1, pp. 25-59.


3. WOOLF V. Fin de Viaje. Barcelona: Luis de Caralt; 1984.


4. WOOLF V. La señora Dalloway. Barcelona: Lumen; 2003.


5. WOOLF V. Al faro. Madrid: Cátedra; 1999.


6. WOOLF V. Orlando. Barcelona: Edicions Proa S.A.; 2008.


7. WOOLF V. Las Olas. Madrid: Cátedra; 1994.


8. WOOLF V. Entre actos. España: Debolsillo; 2009.