The better angels of our nature

The decline of violence in history and its causes

Steven Pinker. Allen Lane. 2011

Traducción española: Los ángeles que llevamos dentro

Paidós, 2012



S.L.C.


Steve Pinker, nacido en 1954 en Montreal, pertenece a la minoría judía de habla inglesa que vive entre la minoría francófona canadiense de la ciudad de Montreal. Es a esa misma minoría, a la que pertenecen Leonard Cohen ou Saul Bellow. Su vida profesional se reparte entre el MIT y Harvard donde fue alumno y después profesor. Sus libros, casi todos traducidos al español, han conseguido ediciones millonarias: “El instinto del lenguaje”, “Como funciona la mente”, “The Blank Slate”, o este último, “Los ángeles que llevamos dentro” se ocupan de temas relevantes al oficio y disciplinas más o menos asociadas como la lingüística, la antropología, o las neurociencias.


Este libro, escribe Pinker en la primera página, trata sobre la cosa más importante que ha ocurrido en la historia humana. Se crea o no, y yo sé que la mayoría de la gente no lo cree, la violencia ha descendido durante largos períodos de tiempo y hoy nosotros podemos estar viviendo en la era más pacífica en nuestra existencia como especie, una era, según Pinker, en la que ningún aspecto de la vida ha quedado fuera de esta retirada de la violencia. En una entrevista reciente, Pinker, reconoció que lo primero que tuvo que hacer en su libro fue convencer a los lectores de que la violencia había declinado realmente lo que podía parecer a muchos de ellos una idea ultrajante. Para hacerlo, recurrió a gráficos que mostraban el declinar de varias clases de violencia: guerras tribales, esclavitud, homicidio, guerra, inter-naciones o civiles, violencia doméstica, castigos corporales, violación y terrorismo. Una vez  establecida esa decadencia, volvió a su trabajo más psicológico para explicar, intentar explicar dos cosas: Porqué había tanta violencia en el pasado y porqué disminuyó en el curso del tiempo.


Pinker es mucho más convincente a la hora de documentar el declive de la violencia que a la hora de explicarlo y por lo uno y lo otro ha tenido sus críticos. Lo que documenta es el descenso de los asesinatos, los genocidios, las guerras, la violencia contra las mujeres, contra los homosexuales, contra otras etnias, contra los niños y contra los animales y también, el cambio de sensibilidad que acompañó ese descenso. Esta nueva sensibilidad no tolera ahora los espectáculos crueles que no hace mucho eran una de las diversiones preferidas del pueblo y la nobleza como quemar gatos vivos, las ejecuciones públicas, la tortura, o los azotes a los niños:


Bárbaras costumbres que durante milenios no fueron nada excepcionales como el sacrificio humano, la persecución de brujas y herejes, la esclavitud, los deportes sangrientos, las torturas y las mutilaciones punitivas, las ejecuciones sádicas (la pira, el quebrantamiento, la crucifixión, la evisceración, el empalamiento) y la ejecución por crímenes sin víctimas han sido suprimidas en la mayor parte del mundo. En los últimos 50 años hemos asistido a una cascada de revoluciones de derechos – civiles, de las mujeres, de niños, de gays, de los animales – que han reducido, de forma demostrable, los porcentajes de linchamientos, pogromos, violaciones, abusos conyugales, maltratos infantiles, azotainas, ridiculización de los homosexuales, de la caza y de la insensibilidad por los animales de laboratorio.


Todas esas formas de violencia, siempre según Pinker, han descendido de modo importante y con ellas, se ha vuelto más “cortés”, el lenguaje, las normas, costumbres e ideologías que lo acompañaban. A intentar demostrar esa tesis dedica Pinker el libro, el voluminoso y muy documentado libro que ha escrito que algunos consideran, tal vez con excesivo y prematuro optimismo, el ensayo de la época. Toda la teoría de Pinker se 

basa en proporciones no en números absolutos. Si en una tribu de 1.000 personas 100 hombres mueren cada año por encuentros violentos inter o intra-tribales, tendremos una tasa de homicidios de 10 x100 o de 1.000 x 100.000. Si en una ciudad de 1.000.000 habitantes hay 1.000 homicidios al año, la tasa es de 100 x100.000. En números absolutos son muchos más los muertos por violencia en la gran ciudad que en la tribu pero la ciudad es mucho menos violenta y peligrosa que la tribu y la posibilidad de morir violentamente en ella mucho más baja. Aceptada esta proporcionalidad, los datos y argumentos de Pinker son relativamente convincentes y deben mucho, como él mismo reconoce, a la obra de Norbert Elías, El Proceso de Civilización, publicada en alemán en 1939, y varios años más tarde en inglés. La traducción española en el FCE es de 1987 y sigue siendo hoy un libro iluminador.


Pinker, distingue en su análisis seis tendencias, cinco demonios internos, cuatro ángeles benéficos (better angels) y cinco fuerzas históricas. Las tendencias, un término difícil de precisar pero útil, son para Pinker, el proceso de pacificación, el proceso de civilización, la revolución humanitaria, la larga paz, la nueva paz y la revolución de los derechos. Los cinco demonios internos, es decir, todo aquello que nos impulsa a la violencia, sea biológico, psicológico o ideológico, serían la violencia instrumental, la dominancia, la venganza, el sadismo y la ideología. Los ángeles benéficos, todo lo que frena la violencia, la empatía, el autocontrol, el sentido moral y la razón. Las cinco fuerzas históricas: el Leviatán, (la instauración de un poder que se reserva el uso legítimo de la fuerza para hacer cumplir la ley), el comercio, la feminización y el cosmopolitismo.


Se comprende que con fuentes tan diversas y numerosas el libro llegue a las 800 páginas y hay que admirar que, aunque se discrepe de su argumentario, no sea en ningún momento aburrido ni obscuro. El libro continua casi de manera obligada, los temas de su libro anterior, The Blank Slate. En este libro, Pinker analizaba lo que a su juicio eran tres grandes errores en  el estudio de la naturaleza humana: la tabla rasa, el buen salvaje y el fantasma en la máquina, errores, sobre todo los dos primeros, de consecuencias relevantes en muchos campos desde la enseñanza, el derecho, la política o la relación entre géneros. La doctrina del buen salvaje, idea de Rousseau y de tantos que lo siguieron, que, afirma que el ser humano es bueno y pacífico por naturaleza pero es corrompido por la sociedad, ha sido dominante en las ciencias humanas hasta que análisis más precisos han mostrado, como en el caso de la Samoa de Margaret Mead y de tantas otras culturas, que en los paraísos de los buenos salvajes reinaba la violencia en igual o mayor grado que en las corruptas civilizaciones. Adolf Tobeña, ha dedicado varios artículos y libros a criticar estas ideas y sus consecuencias para la educación1. Las ideas de Hobbes con su Leviatán pacificador, parecen ahora más adecuadas aunque hay que decir que ni Rousseau ni Hobbes conocieron ninguno de estos supuestos pueblos primitivos felices o salvajes. La tábula rasa, la idea de Locke de que los niños vienen al mundo como una pizarra en blanco sobre la que la cultura escribe todo, es sencillamente falsa. Es la vieja polémica nature-nurture que hoy con los nuevos conocimientos genéticos y neurocientíficos se ha reconvertido en una nueva polémica que opone de un lado, a los defensores de la idea nature-nurture y del otro a los que defienden que todo es nurture a los que hay que añadir los aportes de la Epigenética que pueden cambiar los términos de esta vieja discusión.


En la segunda mitad del siglo XX, la teoría romántica de Rousseau se convirtió en la doctrina políticamente correcta de la naturaleza humana como reacción a la doctrina racista anterior sobre los pueblos “primitivos” y como visión más 



1 TOBEÑA. A. Anatomía de la agresividad humana. Galaxia Gutemberg.2001; Cerebro y Poder. La Esfera de los Libros. 2008; Mártires Mortíferos. Universidad de Valencia. 2005. Pueden verse algunos vídeos y artículos de Tobeña en www.terceracultura.net





edificante de la condición humana. Muchos antropólogos, dice Pinker, pensaban que si Hobbes tenía razón, las guerras serían inevitables e incluso deseables. Estos antropólogos de la paz, que de hecho son académicos muy agresivos, hasta el punto de que el antropólogo Van der Dennen los llama, la mafia de la paz y la armonía, sostienen entre otras ideas, que los humanos y otros animales muestran fuertes inhibiciones para matar a individuos de su misma especie, que la guerra es una invención reciente y que la lucha entre pueblos nativos era ritualística y sin apenas daños hasta que se encontraron con los colonos europeos. Los datos de Pinker refutan estas afirmaciones y lo hacen empezando por nuestros ancestros más antiguos. Los chimpancés, que se separaron del tronco común hace millones de años pero que comparten nuestro ADN en un 98 %, matan a sus semejantes en expediciones de guerra y de manera estratégica. Solo atacan a individuos aislados de otras bandas cuando al menos están en una relación 3 a 1 y escenifican luchas rituales cuando ambos grupos están igualados. Estos descubrimientos de Jane Goodall tardaron años en ser aceptados aunque hoy lo son sin dudas después de que sucesivas observaciones los confirmaran. Es cierto, que los bonobos, que viven al sur del río Congo, (los chimpancés al norte), tan parecidos a los chimpancés que se tardó años en diferenciarlos, no hacen guerras y son mucho más pacíficos que los chimpancés. A esas diferencias han dedicado su libro Demonic Males, Wrangham y Peterson2, y Derek Bickerton ha utilizado a estas dos especies para mostrar como la diferencia en el nicho que ocupan puede explicar que se active o se atenué la potencialidad violenta. Hay datos sin embargo que hacen dudar del pacifismos de los bonobos ya que son una especie casi en extinción, que vive en lugares muy apartados de



2 WRANGHAM.E; Peterson.D. Demonic Males: Apes and the origens of human violence. Bloomsbury.1996. Bickerton .D. Adam´s Tongue: how language made humans, how humans made language. (Nueva York: Hill and Wang, 2009)





  la región sur del río Congo y la mayoría de los datos sobre su pacifismo se han recogido de bonobos en cautividad bien alimentados y tratados. Las escasas observaciones de bonobos en libertad revelaron que si se pelean aunque no en el grado de los chimpancés. Es probable además, que los bonobos sean una neotenia de nuestro ancestro común, un adaptación evolutiva por la que se conservan en la vida adulta rasgos anatómicos de la infancia y que se suele observar en los animales domesticados como los perros que en esa evolución pierden gran parte de la agresividad de sus parientes los lobos. Nuestros ancestros homínidos no eran menos violentos que los chimpancés como muestran los hallazgos arqueológicos y lo mismo parece suceder con antepasados más próximos. Otzi, el hombre del neolítico de hace 5.000 años encontrado hace pocos años en los Alpes, tenía en su puñal, sus flechas y su capa, sangre de cuatro hombres distintos, heridas en varias partes del cuerpo y una punta de flecha en su espalda. El hombre de Kennewick, encontrado en Estados Unidos con sus 9.000 años de antigüedad, tenía el cráneo roto y un proyectil de piedra en su pelvis. El hombre de Lindow, de 2.000 años encontrado en una turbera de Inglaterra, había sido estrangulado, le habían cortado la garganta y fracturado el cráneo. La Ilíada y la Odisea están repletas de violencia y para que hablar de la Biblia, una apología del asesinato, del genocidio, de la esclavitud, o de la violación, que de publicarse hoy en día sería prohibido en cualquier país. La Biblia, dice Pinker, muestra un mundo que hoy sería considerado salvaje. Matthew White, que ha recogido en su base de datos las atrocidades cometidas a lo largo de la historia, afirma que hay 1,2 millones de muertes en matanzas de masas enumeradas en la Biblia a las que se podrían añadir 25 millones más si tenemos en cuenta el diluvio universal. Hay también 1.000 versículos en los que el propio Yavhé aparece como el ejecutor de violentos castigos. La buena nueva, para Pinker, es que estas cosas “nunca ocurrieron”. No hay datos arqueológicos que confirmen la conquista de Jericó alrededor del 1.200 a.C, ni la huída masiva de Egipto, ni tantas otras cosas. Son relatos mitologizados  escritos mucho tiempo después de que supuestamente ocurriera lo que en ellos se relata y que ahora han sido alegorizados, suavizados e ignorados en su violencia pero que ofrecen una muestra de la mentalidad de la época que veía esos acontecimientos como “naturales”. La arqueología forense y la demografía etnográfica muestran que en las sociedades sin estado, (es decir, sin Leviatán), alrededor del 15 % de las personas morían violentamente (cinco veces la proporción de muertes violentas en el siglo XX sumando la guerra, el genocidio y las hambrunas causadas por el hombre). Las cosas no fueron mucho mejor con los romanos con sus gladiadores, sus crucifixiones, ni en las idealizadas épocas de los caballeros artúricos. La más famosa de estas novelas, Lancelot, está llena de decapitaciones, amputaciones, violaciones, asesinatos sin motivo, y demás violencias y crueldades. Una muerte violenta cada cuatro páginas, resume Richard Kaeuper.


Pinker decidió escribir este libro cuando se encontró con una estadística que mostraba como la tasa de homicidios en el Oxford del siglo XIV l era de 110 por 100.000 al año y hoy es de 1 por 100.000. Cifras análogas de dan en los países que las han analizado y para Europa, por ejemplo, la tasa de homicidios ha pasado de 40 personas por 100,000 al año en el siglo XIV a 1.3 al final del XX.


¿Qué ha causado la disminución de la violencia?. El Leviatán, la ley y las fuerzas del orden han tenido sin duda su papel pero aunque Pinker no minimiza su papel, su enfoque va más de abajo-arriba (botton-up) que de arriba-abajo (top-down). La explicación más prometedora, cree, es que los componentes de la mente humana que inhiben la violencia – lo que Abraham Lincoln llamó, los ángeles buenos de nuestra naturaleza- han sido cada vez más estimulados y desde los siglos XII y XIIIlos europeos han ido progresivamente incrementando el control de sus impulsos, anticipando las consecuencias de sus acciones y tomando en consideración los pensamientos y sentimientos de otras personas”. Una cultura del honor, (ojo por ojo), comenta  Kevin Dutton a propósito de este libro de Pinker3, ha sido substituida por una cultura de la dignidad, la disposición a controlar las propias emociones. El proceso se originó cuando las clases nobles siguieron las instrucciones de los árbitros culturales (como Erasmo de Rotterdan) y adoptaron usos y costumbres que los diferenciaban de las conductas de las clases bajas, usos y costumbres que después difundirse hacia las clases burguesas nacientes que se esforzaba en imitarlos constituyendo una cultura.


Las críticas a la teoría de Pinker han sido numerosas. Martin Daly en su reseña del libro en Nature4 no vacila al final de su texto en afirmar que Los Mejores Ángeles de Nuestra Naturaleza resulta una vivaz y fascinante lectura y un logro académico que merece ser estudiado y debatido por todos los científicos sociales, los ciudadanos atentos y quienes se encargan de hacer política, pero tampoco elude algunas pegas. No está convencido de que la contracultura de los años 60, como afirma Pinker, fuese la responsable de un pequeño aumento en la tasa de homicidios en USA (la contracultura insistía en hacer el amor no la guerra), al glorificar la impulsividad egoísta y tampoco de que la disminución de los homicidios en los 90 se debiera en buena medida al encarcelamiento y presencia policial sin darle relevancia a los cambios demográficos. El mayor reproche de Daly, es la escasa relevancia que Pinker le da a las desigualdades económicas que han sido el predictor más acertado en la  variabilidad en las tasas de homicidio en todas partes. Pinker les dedica un breve párrafo, alegando que el índice estándar de desigualdad de ingresos subía durante los años 1990 en los Estados Unidos mientras las tasas de crimen experimentaban una caída, y que estaban en su mejor momento en 1968 cuando el crimen “se disparaba hacia arriba”. El problema con este argumento es que



3 Dutton. K. The wisdom of psychopaths. William Heineman. 2012.

4 Versión española en Tercera Cultura, Traducción de Teresa Jiménez. www.terceracultura.net






no hay ninguna razón para esperar que las vicisitudes a corto plazo de la desigualdad de renta y homicidio se den juntas; cualquier efecto de lo primero sobre lo segundo estará seguramente mediado  por las experiencias acumulativas de la gente durante su vida. Y es irónico que a pesar del desinterés de Pinker, el gran relato de la historia que él mismo cuenta – la disminución del despotismo y del abuso, y el auge de los gobiernos democráticos – es realmente un relato sobre una desigualdad que disminuye.


Scott Atran en Science, reconoce que la violencia interpersonal ha venido5 descendiendo durante siglos pero no ha ocurrido así con la violencia intergrupal que se ha reforzado y multiplicado. El argumento de Pinker de que no habido una gran guerra en los últimos 70 años no puede responder a las mismas razones que han determinado un descenso interpersonal de la violencia a lo largo de 7.000 años. Eduardo Zugasti que comenta estas críticas de Atran desde las páginas de Tercera Cultura, afirma no conocer ningún analista político que atribuya la evitación de una guerra nuclear a que nos hallamos vuelto más empáticos y razonables. Otra de las críticas, tiene que ver con la fiabilidad de los datos aportados por Pinker. La distribución de la violencia humana en los pequeños grupos es demasiado variable como para extraer conclusiones generales y números diminutos en pequeños grupos hace que las estadísticas no sean fiables. Keeley, dice Zugasti, cita a los esquimales polares, por ejemplo, pero dada su pequeña población, un sólo asesinato esquimal cada 50 años igualaría la tasa actual para los Estados Unidos”.


Para Atran gran parte de las tesis de Pinker sobre el declive de la violencia se concentra en datos fragmentarios. Incluso si las evidencias apoyan el declive de la violencia interpersonal, esto no tiene en cuenta la importante ley de distribución para las 



5 http://comments.sciencemag.org/content/10.1126/science.336.6083.829





grandes guerras: desde hace unos 1500 años, son crecientemente infrecuentes pero muchas veces son más asesinas y de consecuencias más amplias que las precedentes. Cada evento más grande genera consecuencias más terribles para el mundo que el último, política, económica y socialmente. La tendencia interpersonal ha descendido durante siglos, incluso milenios, mientras que la violencia intergrupal de gran escala se ha reforzado recientemente. Pinker reconoce que esta fuerte tendencia, pero argumenta que no ha ocurrido ninguna “gran guerra” desde 1945. Confundir una reducción de 70 años en la guerra internacional con un declive de 7000 años en la violencia interpersonal implica una convergencia bastante súbita de factores que supuestamente llevan a la reducción general de la violencia: de forma creciente, la interdependencia, la conciencia y la empatía con los valores del otro, y la razón. Pocos diseñadores de políticas que conozco creen que hemos evitado la guerra nuclear porque nos hayamos vuelto súbitamente más empáticos, más conscientes a escala global, y más razonables.


En fin, no es nada fácil reseñar con algún detalle las más de 800 páginas de este libro ni algunas de las críticas que se le han aplicado, cosa de la que, soy consciente, no he conseguido. Afortunadamente, es algo que tiene fácil remedio: basta con leerlo.