La histeria y el poder


José María Álvarez. Psicólogo clínico. Psicoanalista ELP-AMP

Valladolid.

Correspondencia: alienistas@me.com


Una de las características del sujeto histérico es su relación de tensión con el poder y de desafío con quienes lo detentan. No hay nada más tentador para un histérico que poner en aprietos a los que se arrogan esas posiciones de poder y de saber. La cosa es que, incluso en nuestro pequeño mundo de la clínica mental, donde cabría suponer que estamos persuadidos de esa querencia, muchos especialistas recogen el guante y bajan a la arena a librar una batalla en la que a menudo salen trasquilados. quizás por eso Foucault dijo que la histérica era la primera militante de la antipsiquiatría, “el reverso militante del poder psiquiátrico”1.


A partir de ese desafío al poder y al saber, evocaré dos gestos míticos, cinco definiciones imposibles de la histeria y dos definiciones posibles del sujeto histérico.


1. DOS GESTOS


La lectura foucaultiana de la liberación de los locos, ilustrada en el célebre óleo de Tony Robert-Fleury, “Pinel délivrant les aliénés à la Salpêtrière en 1795”, pintado en 1876, revela que tras ese gesto liberador se esconde el encadenamiento del loco al discurso psiquiátrico. Aunque estuviera fuera de las pretensiones de Pinel, ese sutil engarce se desarrollaría paulatinamente mediante la ideología de las enfermedades mentales, lo que implicó la paulatina transformación de toda 

  


1 FOUCAULT, M. El poder psiquiátrico Curso en el Collège de France (1973-1974). Buenos Aires: FCE, 2007, p. 165.






rareza y disonancia en enfermedad susceptible de ser tratada y normalizada. De espaldas a la historia y al sujeto, deslumbradas por los ideales neurocientíficos, la psicología y la psiquiatría hicieron acopio de mil argumentos cognitivos y cerebrales para justificar su silencio con la locura y el desplazamiento a los servicios sociales. El bienintencionado gesto de Pinel fue usado para acometer fines contrarios: cuanto más progresaban las ciencias de las enfermedades psíquicas y se perfeccionaban y generalizaban sus tratamientos, mayor era el número de enfermos encadenados a la salud mental.


Poco más de cien años separan el gesto de Pinel y el Freud, el segundo gesto mítico. Sentado frente a la díscola e histérica Dora, el Señor Profesor, después de escuchar pacientemente sus múltiples quejas y protestas, le dice que si quiere curarse debe comenzar por asumir la responsabilidad que tiene en el desorden del que tanto se lamenta2. A diferencia del insigne médico ilustrado, Freud no se encarga de soltar los grilletes, o de ordenar hacerlo, sino que compromete al propio sujeto con su liberación. Su posición semeja a la del barquero del Hades, Caronte, el guía de las sombras errantes de los difuntos.


Aunque separados por un siglo y dos idiomas, aun atendiendo a enfermos muy distintos, los gestos de Pinel y de Freud se inscriben, en mi opinión, en una serie. El de Freud responde al de Pinel, lo corrige y lo revitaliza. Heredero de la clínica clásica, el psicoanálisis vivificó al discurso médicopsicológico  de las enfermedades mentales, un discurso grandioso en cuanto a las descripciones psicopatológicas pero insuficiente en todo lo que fueran explicaciones acerca de la condición humana. De esta forma,  la clínica clásica se reorienta con el psicoanálisis gracias a la histeria, es decir, al sujeto insatisfecho que no soporta la 

  


2 Cf. S. FREUD, Análisis fragmentario de una histeria ('Caso Dora')”. En Obras Completas, vol. VII, Buenos Aires: Amorrortu Eds., 1976, pp. 1-107.






grandilocuencia del amo del poder y del saber, un sujeto que goza demostrándole que ni su poder ni su saber sirven de nada con él.


2. CINCO DEFINICIONES IMPOSIBLES DE LA HISTERIA


De la histeria se ha dicho de todo y con todos los tonos y actitudes posibles. El discurso médico-psicológico se las ha visto y deseado para definirla, pese el empeño que muchos de sus representantes pusieron y las buenas dotes de observación que demostraron en otros terrenos. La primera dificultad la encontraron en las múltiples formas que adoptaba y en la falta de leyes que la regían. Este aparente desorden acabó por enfrentarla con malos modos y despreciarla abiertamente, por desmerecer también a quienes le seguían dando crédito.


La primera definición que mencionaré es la Sydenham, quien se la figuró proteiforme, siempre cambiante. Tantas y tan variadas son las manifestaciones de la histeria que, queriendo definirla, acudió a su mente la luminosa comparación con Proteo, el dios dotado del inusual don de metamorfosearse en cualquier cosa que se le antojara3. Para un médico como Thomas Sydenham, acostumbrado a tomar nota de lo que la naturaleza muestra, tanta versatilidad derivaba en una seria dificultad de discernimiento, pues cuanto más camaleónica sea la enfermedad mayor será la dificultad de aprehenderla.


La segunda definición imposible proviene de Briquet. Este internista, respetuoso seguidor “del estudio de las ciencias positivas”, se propuso describir leyes generales que explican el 

  


3 Th. SYDENHAM, «Epistolary dissertation. Letter to Dr. Cole (Londres, 1681-82)» y «On the affection called hysteria in Women; and Hypochondriasis in Man», en Works of Thomas Sydenham, M.D., trand. R. G. Latham, vol. 2. Londres: The Sydenham Society, 1850, pp. 56-118 y 231-235, respectivamente.





funcionamiento de la patología histérica y la correlación de los síntomas y los procesos patológicos. “Me encontré –añade Briquet– con que en todo lo que se había escrito acerca del tema había mucho más de imaginario que de verdadera comprensión de su naturaleza”4. Comprometido con su profesión, redactó un amplísimo Tratado lleno de detalles clínicos, aunque jamás halló una sola de las leyes generales que explicaran la histeria. Tres décadas más tarde, Georges Gilles de la Tourette escribió una historia de la histeria, y, después de alabar a Briquet, tumbó toda su argumentación al afirmar: “[Briquet, quien] creía haber visto casi todo, se hizo también demasiadas ilusiones cuando creyó haber descubierto las leyes que rigen la histeria, [...]. Pero en cuanto a leyes generales que relacionen este conjunto tan complejo, no encontramos en él ninguna”5.


Si la histeria es camaleónica en sus manifestaciones y sus leyes son inaprensibles, el mero hecho de definirla se vuelve una tarea compleja, quizás imposible. Eso es lo que pensó Lasègue, quien después de mucho cavilar, sentenció: “La definición de la histeria jamás ha sido dada y jamás lo será”6. Este apotegma, asombroso si se tiene en cuenta que proviene de uno de los más eminentes psicopatólogos del siglo XIX, debería completarse: desde un modelo biomédico, la definición de la histeria jamás se podrá formular. La máxima de Lasègue anuncia –para algunos también justifica– la renuncia de la clínica psiquiátrica a entender la histeria, una renuncia que se materializó en francos desprecios a las histéricas.

  


4 Cf. P. BRIqUET, Traité clinique et thérapeutique de l’hystérie, París: Baillière e Hijos, 1859

5 Cf. G. GILLES DE LA TOURETTE, Traitéclinique et thérapeutique de l’hystérie d’après l’enseignement de La Salpêtrie re. Premie re partie: Hystérie normale ou interparoxistique. París: E. PLON, Nourrut et Cie, 1891.

6 LASèGUE, Ch. E.: «Des hystéries périphériques» [1878], en études médicales, vol. II, París: Asselin et Cie., 1884, p. 78.






A las definiciones de Sydenham, Briquet y Lasègue, sigue la de Gaupp. En 1911, este psiquiatra de Neuenbürg recomendó, sin más miramientos: “¡Desháganse del nombre y del concepto de histeria! No existe la histeria […]”7. El texto de Gaupp acerca de la histeria muestra la posición habitual del discurso psiquiátrico frente a esta alteración. Al negarle su existencia, el problema desaparece, como cuando los niños cierran los ojos para sacudirse los miedos. En realidad, desde otra perspectiva, esta negación dice más de la impotencia de quien niega que de lo que se niega.


La última definición proviene de Eliot Slater. Al contrario de lo que acabo de proponer, este psiquiatra londinense señala que el diagnóstico de histeria es un disfraz para cubrir la ignorancia y una fuente habitual de errores clínicos. La histeria no sólo es una ilusión, sino sobre todo una trampa en la que caen algunos desaprensivos. Por eso recomienda devolverla a su lugar natural: la neurología8. Con esta arriesgada pirueta, Slater transforma la propia ignorancia en la ignorancia de los otros. Definitivamente, la histeria acaba triunfando allí donde alguien tiene a gala demostrar sus atributos de poder y saber.


Como se ve, desde este punto de vista cientificista, la histeria no se deja definir. Es una maestra en escabullirse y disfrazarse. Lo que a ojos de los impotentes observadores se revela torva, mal intencionada, mentirosa, simuladora, egoísta, inaguantable.


Pero la histeria no deja de existir aunque se la niegue. quizás haya que interrogarse sobre el empeño en negarla y los usos del poder y el saber que se han empleado para ello. Puede que 

  


7 GAUPP, R.: “Über den Begriff der Hysterie”, Zeitschrift für die gesamte Neurologie und Psychiatrie, 1911, vol. 5, n.º 1, pp. 457-466 (p. 457).

8 Véase, en especial, E. SLATER: “Diagnosis of ‘Hysteria’”, British Medical Journal, Mayo 1965, 1, 1395-1399.





el cientificismo haya enfocado mal el estudio de la histeria, o que este punto de vista sea radicalmente inapropiado para estudiar y tratar la histeria precisamente por la esencia de esa alteración, tan dada a desautorizar a los amos del poder y el saber. Y estos amos, heridos en su narcisismo, han radicalizado sus posiciones: por el lado del saber, se la niega o se la traslada a la neurología, de donde salió hace más de un siglo; por el lado del poder, se toman posiciones autoritarias y medidas coercitivas.


3. DOS DEFINICIONES POSIBLES DE SUJETO HISTÉRICO


Existen, como es natural, otros puntos de vista en el estudio del pathos. Si se parte del gesto de Freud que enfatizaba la relajación inexcusable del sujeto con su síntoma, la histeria muestra otros relieves. El más importante, a ojos de Freud, consiste en la llamativa estrategia de mantener permanentemente la insatisfacción del deseo y la distancia con el objeto, aspectos ambos ejemplarmente mostrados en la interpretación del sueño de la Bella Carnicera. En efecto, el sujeto histérico hace todo lo posible por mantenerse insatisfecho, como si gracias a una superflua insatisfacción lograse ponerse a salvo de esa falta por excelencia que es la falta-en-ser. La definición del histérico como aquel que elige la insatisfacción para mantenerse en el deseo, pone de relieve una constante que aúna un conjunto de sujetos aparentemente muy heterogéneos en cuanto a sus manifestaciones sintomatológicas. La predilección por la insatisfacción es, sin duda, la ley que buscaba Briquet.


La segunda definición la entresaco de unos comentarios de Lacan en El reverso del psicoanálisis, cuando acierta a resaltar la posición característicamente histérica con las siguientes palabras: “Lo que la histérica quiere [...] es un amo. [...] quiere que el otro sea un amo, que sepa muchas cosas, pero de todas formas que no sepa las suficientes como para no creerse que ella es el premio supremo de todo su saber. Dicho de otra  manera, quiere un amo sobre el que pueda reinar. Ella reina y él no gobierna”9. Este comentario no sólo define la actitud del sujeto histérico con el poder y el saber, sino que ilumina las impotencias de aquellos clínicos que lo acometen mediante desprecios o negativas.


4. CONCLUSIÓN


Como ya he dicho, desde siempre la histeria se ha mostrado ingrata y retadora con quienes hacen ostentación de saber o poder. Tampoco ha reído las gracias a los discursos hegemónicos. Al contrario, siempre que se tercia la ocasión les saca los colores. Por eso se la ha barrido de la escena psi y de las clasificaciones psiquiátricas internacionales. Por eso también hay quienes están empeñados en devolverla a la neurología, al que consideran su territorio legítimo. Pero si la histeria ha sido capaz de poner en jaque tantas teorías insustanciales, humillar a los más engreídos y señalar a los farsantes, por qué no seguir confiando en su buen criterio. Gracias a su proverbial insatisfacción, estoy seguro que la histeria contribuirá una vez más a poner las cosas en el sitio que conviene, esto es, en el del sujeto dividido que habla para saber y así curarse.










  


9 LACAN, J.: El Seminario de Jacques Lacan. Libro 17. El reverso del psicoanálisis 1969-1970. Barcelona: Paidós, 2004, p. 137.