¿Autobiografías, Patobiografías o

Autopatobiografías?

Autobiographies, Pathobiographies

or Autopathobiographies?



Santiago Agra Romero. Psiquiatra USM III - Conxo

Complexo Hospitalario-Universitario de Santiago

Correspondencia: santiago.agra.romero@sergas.es



RESUMEN


La reciente publicación de una autobiografía (“Yo no soy la señorita Chevalier. Memorias de una loca”) sirve de pretexto para resaltar la importancia de este género histórico-literario como complemento en la formación del profesional de la salud mental.


Palabras clave:

Autopatobiografía - Salud mental - Formación.


ABSTRACT


The recent publication of an autobiography (“Yo no soy la señorita Chevalier. Memorias de una loca”) serves as a pretext to highlight the importance of this historical and literary genre as a supplement to the training of mental health professionals.


Key words:

Autopathobiography - Mental health - Formation.


INTRODUCCIÓN


Según el programa elaborado por la Comisión Nacional de la Especialidad y aprobado por la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación del Ministerio de Educación y  Ciencia por resolución de fecha 25 de abril de 1996 (Real Decreto 127/84): “…psiquiatra es el médico especialista que ha adquirido conocimientos teóricos y prácticos en el diagnóstico y tratamiento de las personas que sufren trastornos mentales…”. Pues bien, dentro de los contenidos teóricos a adquirir por el futuro psiquiatra se encuentra una amplia gama de conocimientos (bases científicas, psicopatología, trastornos y síndromes psiquiátricos, psicofarmacología, psicoterapias, etc.), conocimientos que deben ser adquiridos a través de diversas fuentes y soportes: manuales y tratados, monografías, libros de casos, revistas, historias clínicas, seminarios, congresos, actividad investigadora, tesis doctorales, peritajes, sesiones clínicas, conferencias y charlas más o menos formales, etc. Si nos atenemos a la parte teórica, hasta aquí nada que sea diferente a cualquier otra especialidad en cuanto a las fuentes utilizadas; sin embargo, es en la parte práctica donde se observan las mayores diferencias, concretamente en la relación médico-enfermo, es decir, la clínica. No es objetivo del presente comentario el destacar o ahondar en las diferencias entre especialidades sino más bien resaltar una peculiaridad del enfermo mental cual es la de ser capaz de producciones artísticas principalmente en los campos de la música, la pintura y, sobre todo, la literatura (poesía, teatro, prosa, etc.). Se puede decir que en ninguna otra especialidad están tan unidas la enfermedad y lo producido por el enfermo; sirvan de ejemplos la Colección Prinzhorn (una de sus piezas más renombradas es la chaqueta de Agnes Richter, enferma mental y costurera quien bordó el interior de la misma con textos en alemán antiguo (1) o la “Collection de L´Art Brut” de Jean Dubuffet; en fotografía, los autorretratos de David Nebreda o el estudio de las lenguas por parte de Louis Wolfson) y, probablemente, no haya otra especialidad con tanta presencia en la literatura.


La relación entre psiquiatría y literatura podemos encontrarla de diversas formas; así tenemos psiquiatras que hacen literatura, como Giné y Partagás con “Un viaje a Cerebrópolis” (2), “La familia de los Onkos” (3) o “Misterios de la locura” (4); el  malogrado Luís Martín-Santos con “Tiempo de silencio” (5) y “Tiempo de destrucción” (6); Samuel Shem (seudónimo de Stephan J. Bergman) y “La casa de Dios” (7) o “Monte Miseria” (8) o también Irvin D. Yalom con “El día que Nietzsche lloró” (9); hasta hace no mucho tiempo incluso un laboratorio farmacéutico de ámbito nacional patrocinaba un concurso de relatos entre los profesionales de la Psiquiatría. Psiquiatras como personajes literarios aparecen en el cuento de E.A. Poe (10), en donde nos explica el método terapéutico del Dr. Tarr y del Profesor Fether (Dr. “Alquitrán” y Profesor “Pluma”, respectivamente; la elección de los nombres no es casual) o en cuentos circulares como “El alienista” (11) de Machado de Asís o “El pabellón nº 6” (12) de A. Chejov; Ramón y Cajal escribió sus “Cuentos de vacaciones” (13) sin otra pretensión literaria más que la de entretener. La novela como género literario tampoco es ajena a las modas psiquiátricas y así vemos como el psicoanálisis se cuela en las obras de Italo Svevo y “La conciencia de Zeno” (14), del año 1923 en la que Zeno cuenta su vida por recomendación del psicoanalista que lo trata para dejar de fumar o en la obra más actual de Phillip Roth cual es “El lamento de Portnoy” (15).


Hay novelas en las que la patología mental juega un papel destacado como en “El licenciado Vidriera” (16) de Cervantes siguiendo por Rosalía de Castro y “El primer loco (cuento extraño)” (17), datado en 1881, el cual premonitoriamente transcurre en el convento ubicado en el entonces ayuntamiento de Conxo, convento que se transformaría en Sanatorio Psiquiátrico en julio de 1886, mes y año del fallecimiento de la autora. En “El hospital de la transfiguración” (18) Stanislaw Lem describe las tribulaciones del Dr. Stefan Trzyniecki en un hospital psiquiátrico en tiempos de la ocupación nazi; Ken Kesey y la renombrada y cinematográfica “Alguien voló sobre el nido del cuco” (19); George Cockcroft (alias Luke Rhinehart) y su sobrevalorado “El hombre de los dados” (20); Torcuato Luca de Tena y “Los renglones torcidos de Dios” (21), con la particularidad del ingreso voluntario del propio escritor para  aportar mayor conocimiento y rigor al relato; Simon Winchester en “El profesor y el loco” narra la relación entre dos personajes, el coordinador James Murray y el colaborador Dr. William Minor, en la elaboración del Oxford English Dictionary (22); Rivka Galchen en sus “Perturbaciones atmosféricas” nos cuenta las vicisitudes de un psiquiatra quien cree que otra mujer ha suplantado a su esposa (23) o, más recientemente, María Luisa Prada y “La sombra del ámbar”, en la que nuevamente se hace referencia al Sanatorio Psiquiátrico de Conxo (24). Otras, como la de Weiner (25) o la de Muñoz Avia (26) no están exentas de cierto tono humorístico.


También puede adoptar la forma de relato periodístico ya sea para contar la experiencia del internamiento, en lo que fue pionera Nelly Bly (alias de Elizabeth Jane Gordon) quien nos contó la suya en “Diez días en un manicomio” (27), ya sea a la hora de abordar la vida de ciertos personajes como el poeta Leopoldo María Panero (28) o músicos de dudosa salud mental y vida azarosa como el trompetista (y a veces cantante) de jazz Chet Baker (29).


Una variante que aúna historia, psiquiatría y literatura es la patobiografía; por citar algunas y en castellano, las escritas por Jaspers (30): “Genio artístico y locura. Strindberg y Van Gogh” o por Cabaleiro (31): “Werther, Mischkin y Joaquín Monegro vistos por un psiquiatra. Trilogía patográfica”. Por cierto, el diccionario de la RAE no registra el término “patobiografía” sino el utilizado por Cabaleiro: según la RAE “patografía es la descripción de las enfermedades”, término que tampoco coincide con lo descrito por dichos autores.


La producción literaria por parte de los propios enfermos mentales la encontramos también en forma de cartas, cuentos, novela de ficción, poesía, teatro, comic, etc., e incluso publicaciones más o menos periódicas y/o efímeras como son las revistas confeccionadas por los mismos (voluntarismo) y auspiciadas con mayor o menor interés por las propias  instituciones (una de las primeras publicaciones de este tipo se remonta al año 1850 cuando un grupo de enfermas ingresadas en el New York State Lunatic Asylum de Utica empezó a editar “The Opal” (32). Ejemplos más recientes y próximos los tenemos en las editadas en los Sanatorios psiquiátricos de Toén o Conxo, o los más elaborados Cahiers pour la folie que se publican en Francia sin interrupción desde el año 1970.


La reciente publicación del libro “Yo no soy la señorita Chevalier. Memorias de una loca” (33), sirve como ejemplo de la capacidad del enfermo mental para contar su historia de forma autobiográfica: Hersilie Rouy (1814-1881), ingresada contra su voluntad a lo largo de 14 años (septiembre 1854 - noviembre 1868) en diferentes hospitales psiquiátricos franceses, con nombre distinto (“señorita Chevalier”), atrapada dentro del diagnóstico de “monomanía” según Esquirol (34):…a pesar de lo irracional que sean sus actos, los monomaníacos siempre tienen argumentos más o menos plausibles para justificarlos, de tal forma que uno podría decir de ellos que son locos razonantes (des fous raisonnables)”. Pues bien, Hersilie Rouy, a través del relato de sus vicisitudes para recuperar su nombre, su libertad y reparar las injusticias con ella cometidas, nos permite conocer de forma simultánea y de primera mano las características de la psiquiatría (francesa) de la época (ingreso arbitrario, desamparo, funcionamiento de los hospitales psiquiátricos, relación médico-enfermo, los tratamientos aplicados, etc.), es decir, la psiquiatría desde dentro, contada desde el punto de vista del paciente (señalar la habilidad de la “señorita Chevalier” para conseguir papel y escribir las cartas con su propia sangre a falta de tinta, cartas que llevaba prendidas en el interior de sus ropas. Por las mismas fechas pero en el Hospital Estatal de Illinois, Elizabeth Parker, durante su forzado ingreso, enviaba notas dentro de las prendas que confeccionaba para sus hijos…).


OBJETIVO


La publicación de la mencionada autobiografía nos da pie para revisar este género, a caballo entre la literatura, la psiquiatría y la historia, como fuente de información a tener en cuenta en la formación de los futuros Especialistas en Psiquiatría, Psicología y/o de cualquier otro trabajador de la salud mental.


Concepto de autobiografía - autopatobiografía


La primera dificultad nos viene dada por la propia definición de “autobiografía”; según el diccionario de la RAE “autobiografía es la vida de una persona escrita por ella misma” y se admiten dos definiciones de la misma: la restrictiva y la amplia. Definición restrictiva, más literaria que histórica, es la de Phillipe Lejeune: “relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de la personalidad”. Siguiendo a Viñao Fago (35) “esta definición excluye del género autobiográfico las obras en verso, las memorias o recuerdos, los autorretratos, los diarios y todos aquellos textos que pertenecen al ámbito de lo que se conoce como “escrituras privadas” autorreferenciales, así como las memorias y diarios institucionales, es decir, aquella en la que el centro de atención lo constituye el yo que recuerda y que da cuenta de su vida y persona.


– En las memorias, testimonios, recuerdos o impresiones no predomina la introspección sino la extroversión; no es el yo que recuerda y que narra sino el mundo exterior, los acontecimientos y personajes que se recuerdan y de los que se habla. Con respecto a la autobiografía es una distinción más teórica y académica que real.


– El autorretrato: texto breve, circunscrito a la descripción de los rasgos físicos y psicológicos del que escribe.


– El diario: sucesión de textos fechados


– La entrevista autobiográfica


– Cartas, memorias de tipo administrativo, boletines de notas, etc”.


Como vemos, la definición restrictiva resulta demasiado restrictiva pues atiende a un único aspecto de la persona mientras que la definición amplia es demasiado difusa. Por tanto, ¿qué ocurre cuando una persona relata partes de su vida (más o menos extensas, incluso con alteración del orden cronológico) y el relato tiene que ver con padecer una enfermedad (psiquiátrica o somática) y que puede dar cabida a valoraciones, opiniones, etc., por parte de terceras personas (familia, amistades, profesionales de la salud, periodistas, etc.) con independencia del medio utilizado ya sea oral ya sea escrito? Carecemos de término en castellano no así el idioma inglés en el que coexisten dos: “autopatografía” y “autopatobiografía”, que pueden definirse como “relato retrospectivo que una persona real hace de un determinado período de su vida, más o menos extenso, a partir de sus recuerdos o vivencias de su padecimiento (sería la autopatobiografía en sentido estricto y que podemos denominar como “autopatobiografía individual”), pero también puede incorporar información clínica, comentarios, valoraciones, opiniones, críticas, etc., por parte de terceras personas (familia, profesionales, amistades, periodistas, etc.) que hayan tenido alguna relevancia sobre la persona y/o los hechos relatados” (lo que podría denominarse “autopatobiografía compartida”). Por tanto y a falta de validez, consenso o desacuerdo sobre la idoneidad del término y con el fin de no desvirtuarlo según la utilización por parte de los autores revisados, donde está escrito “autobiografía” debería leerse “autopatobiografía” ya sea de autoría personal ya sea compartida.


Los primeros estudios de autobiografías fueron llevados a cabo por Sommer y Osmond (36) quienes, como continuación de sus  investigaciones iniciadas en 1960 y con finalidad didáctica, teórica y de investigación, en su artículo publicado en 1983 recurren a un censo de 8 antologías y 63 autobiografías de pacientes hospitalizados. Con posterioridad a esta revisión Sommer et al. (37) incrementan el censo anterior con 7 antologías y 48 autobiografías para lo cual incluyen pacientes no ingresados pero manteniendo los diagnósticos de esquizofrenia y trastorno bipolar; para los fines citados clasifican las autobiografías mediante un cuestionario estructurado en cuatro apartados: primero, el propio libro (lo que podríamos llamar “ficha técnica”); segundo, el paciente (datos demográficos, diagnóstico, actitud hacia la enfermedad y los tratamientos); tercero, tratamientos (número, tipo, duración) y cuarto, valoración del libro por parte del propio paciente y/o familiares.


Prueba de que el interés por el subgénero autobiográfico no ha perdido vigencia lo encontramos en el trabajo de A. Molinari (38): la revisión de 1000 de las 2500 historias clínicas del archivo del Hospital Psiquiátrico de quarto al Mare de Génova ha permitido la recuperación de “…cien autobiografías y de un número considerable de cartas autógrafas…”. Con respecto a las cartas escritas por enfermos mentales ingresados, debo mencionar, por si fuese de interés, el excelente trabajo de A. Beveridge (39).


Aún tratándose de un tema tan circunscrito como es el de los relatos autobiográficos, a poco que nos adentremos en el mismo apreciamos una bibliografía inabarcable: hasta el momento el mayor esfuerzo hay que atribuírselo a Gail A. Hornstein et al. (40) quienes han elaborado un registro denominado “Bibliography of First-Person Narratives of Madness in English”, cuya 5ª edición (y por ahora última) fue publicada en diciembre de 2011; consiste en un registro abierto a nuevas incorporaciones (cualquiera puede hacerles llegar autobiografías de pacientes siempre que estén escritas en lengua inglesa) con más de 900 referencias que se inician en el  siglo XV y agrupadas en cuatro apartados: primero, relatos personales de locura escritos por los propios supervivientes (serían las verdaderas “autopatobiografías”); segundo, relatos escritos por los familiares; tercero, antologías, análisis narrativo y crítico; cuarto, relación de páginas web. Es tal el número de autobiografías registradas que dicho catálogo abarca prácticamente todos los diagnósticos psiquiátricos. Con respecto al tercer apartado, señalar que incluye la nada desdeñable perspectiva de género como es el estudio de la enfermedad mental desde el punto de vista de la mujer, un aspecto poco abordado que cuenta con las notables aportaciones de Geller y Harris (41) y Hubert (42), a las que hay que añadir las de Chesler (43), Showalter (44), Appignanesi (45) y Wilson (46).


La mencionada bibliografía de Hornstein et al. (40) también se nutre de lo editado por Chipmunka Publishing-The Mental Health Publisher (chipmunkapublishing.co.uk) la cual, desde su fundación hace diez años por un enfermo mental, Jason Pegler, ha publicado hasta la fecha 1500 títulos pertenecientes a más de 600 autores (también dispone de catálogo de libro electrónico de descarga libre).


Clasificación:


Por nuestra parte y con fines meramente expositivos clasificamos las auto(pato)biografías de la siguiente manera: históricas (hasta finales del siglo XIX); actuales (siglos XX y lo que llevamos del XXI); noveladas y mixtas o compartidas.


A – Auto(pato)biografías “históricas”

El género autobiográfico se considera iniciado según los expertos, al menos en lengua inglesa, por Margery Kempe (c. 1373 - c. 1440); su interés radica no solo en su carácter fundacional sino también por contener el relato de lo que podríamos diagnosticar como psicosis post-parto tras el nacimiento del primero de sus catorce hijos en el año 1436.  Escrito “por mandato divino”, el manuscrito estuvo perdido cerca de quinientos años, hasta 1934; desde esta fecha se han sucedido varias ediciones, una de ellas en castellano (47).


A este primer manuscrito se han sucedido otros relatos autobiográficos cuales son, por citar algunos, el del poeta inglés y autor de himnos religiosos William Cowper (48), quien desde los 21 años padeció varios episodios de depresión e intentos de suicidio así como ingreso durante dos años en el St. Albans Insane Asylum. John Thomas Perceval, quien publicó en dos volúmenes su experiencia como ingresado desde 1831 hasta 1834; como consecuencia creó en el año 1845 una de las primeras asociaciones en defensa de los enfermos mentales, la “Alleged Lunatics´ Friend Society” (49, edición prologada por Georges Bateson). Isaac H. Hunt (50) denunció “el bárbaro, inhumano y cruel tratamiento recibido en el Maine Insane Hospital entre los años 1844 y 1847 por parte de los Drs. Isaac Ray y James Bates y por sus asistentes y encargados…”. Ebenezer Haskell (51) publicó él mismo sus memorias en 1869 donde nos cuenta sus encierros y fugas del Pennsylvania Hospital for the Insane y nos describe el llamado “tratamiento del águila desplegada”: se desnudaba al paciente y tendiéndolo de espaldas en el suelo, mientras cuatro personas sujetaban y tiraban de pies y manos, el médico o un asistente, subido a una silla o mesa, arrojaba calderos de agua fría sobre la cara del paciente.


Una de las limitaciones atribuidas a las autobiografías, sobre todo a las históricas, se refiere a la imposibilidad de interpelar al autor a cerca de lo relatado, no digamos indagar en su historia clínica; sin embargo y quizá como excepción, podemos acceder al caso clínico de Hersilie Rouy (33) gracias a uno de sus psiquiatras, Ulises Trelat (52), quien la menciona como el “Caso L” dentro del apartado “orgullosos” (no está de más comparar lo

que una cuenta y el otro ve).


B – Auto(pato)biografías “actuales”

Son las más numerosas y variadas. Entre ellas podemos mencionar las de Clifford W. Beers (53), quien después de haber permanecido ingresado durante varios años fundó en 1909 el todavía vigente “Mental Hygiene Movement”. El periodista y explorador William Seabrook (54) y su estancia manicomial voluntaria durante ocho meses para curar su alcoholismo en 1933; Flora Rheta Schreiber (55) y Cameron West (56) nos cuentan sus vicisitudes como personalidades múltiples. La periodista Elizabeth Wurtzel (57) y los escritores William Styron (58) y Andrew Solomon (59) nos relatan en primera persona su proceso depresivo. Un caso más que interesante es de la enfermera psiquiátrica Clare Marc Wallace, diagnosticada de esquizofrenia y su paradójica ausencia de conciencia de enfermedad mental (60); Donna Williams (61) y su lucha contra el autismo; en palabras de la propia autora “…es una historia sobre aprender a construir algún lugar a partir de ningún lugar y un alguien a partir de un nadie…”. Susanna Kaysen (62) y su trastorno borderline de la personalidad (criterios DSM-I, vigente hasta el año 1968) aderezando el relato con varios informes clínicos. Entre los bipolares se encuentran Kate Millet (63) y las consecuencias del abandono del tratamiento con litio y también Kay Redfield Jamison (64), profesora de psiquiatría del Johns Hopkins Medical School y defensora del litio; Louis Althusser (65) y su psicosis confusional aguda en el transcurso de la cual estranguló a su esposa; la joven chilena Práxedes Valdivieso (66) y el error diagnóstico que desde su infancia marcó su vida. Entre los diagnosticados de esquizofrenia mencionar a Janet Frame (67, 68), la profesora adjunta de Psiquiatría Elyn R. Sacks (69) (dosis altas de antipsicóticos + terapia de grupo + terapia individual tres días a la semana) o William Jiang (70) como ejemplos de lucha por superar una enfermedad de tan funesto pronóstico. Si bien los “Sucesos memorables de un enfermo de los nervios” del magistrado Schreber (71) no se pueden etiquetar de propiamente autobiográficos por referirse a un período muy concreto de su vida, aprovechamos la oportunidad para mencionarlos por su importancia y trascendencia.


C – Auto(pato)biografías “noveladas”

Son los relatos inequívocamente autobiográficos pero modificados no en su contenido sino en su exposición literaria. Destacan sobre todo “The yellow wallpaper” de Charlotte Perkins Gilman (72), cuya publicación tanto impacto causó en la sociedad de su tiempo. En 1946 se publicó “El pozo de las serpientes (A snake pit)” de Mary Jane Ward (73); memorables la plasmación de la atmósfera manicomial y, para los que vivimos los últimos días de tal sistema asistencial, el relato del comedor en el capítulo XII, páginas 190 y ss.…(también hay película); la en su momento impactante e influyente “La campana de cristal” de la suicida Sylvia Plath (74) o “I never promised you a rose garden” de Joanne Greenberg (publicada en su primera edición bajo el seudónimo de Hanna Green) (75), en la que nos cuenta con detalle su trastorno delirante-alucinatorio y su tratamiento psicoterapéutico a cargo de la “Dra. Fried”, quien no es otra que la Dra. Frieda Fromm-Reichmann.


D – Auto(pato)biografías “mixtas “ o “compartidas”

Como se dijo anteriormente en ocasiones la autoría del relato no es exclusiva del enfermo mental pues unas veces la comparten el binomio “psiquiatra-paciente” como ocurre con Ludwig Binswanger y Aby Warburg (76); “Renee” y su terapeuta psicoanalista Margueritte Sechehaye (77) o bien los influenciados por la “antipsiquiatría” Mary Barnes y Joseph Berke (78). Otras veces es un periodista quien colabora con el/la paciente para dar forma al relato y hacer asequible su lectura (sin que por ello pierda un ápice su carácter testimonial); son los casos de Howard Dully y Charles Fleming (79) en la que el primero nos relata su peripecia vital a la búsqueda de la explicación de por qué su madrastra consiguió que lo lobotomizaran a los 12 años de edad mientras que el periodista Charles Fleming redacta y pule el estilo. Patty Duke, actriz oscarizada y recientemente fallecida, nos cuenta su vida como enferma bipolar en dos libros; en el segundo se asocia con Gloria Hochman (80) quien intercala información sobre dicha enfermendad. Otro ejemplo a destacar es el de Lori Schiller,  quien nos cuenta su adolescencia como esquizofrénica jalonada con intentos de suicidio, ingresos (“a quiet room” o “la habitación tranquila” que da título al libro), TEC, etc., mientras Amanda Bennet (81) aporta e intercala lo vivido por familiares y amigos así como partes del historial clínico.


Menos frecuente es el caso de la colaboración entre familia y paciente; sirvan de ejemplos la de los hermanos Jay y Robert Neugeboren (82); la de Sheila Harvey (83) compartida por esposo, hijos y psiquiatras o el de Michael Greenberg y el debut de la enfermedad de su hija (84). El joven Henry Cockburn (85), su padre Patrick (corresponsal de guerra), su madre, su hermano y otros familiares nos relatan los cambios que sufrieron sus vidas por la esquizofrenia del primero y lo mismo podemos decir del matrimonio formado por el excelente saxofonista de jazz Art Pepper (tóxicos, cárcel, psicopatía, etc.) y Laurie, su esposa y redentora (86).


Por la parte que nos toca, a caballo entre la autobiografía y el impacto de la enfermedad mental propia y/o de familiares de profesionales de la salud mental, procede citar la edición de Stephen P. Hinshaw (87).


¿Por qué escriben? Intencionalidad


Si variadas son las épocas, las personas, los testimonios o los diagnósticos, variadas son también las intenciones con que fueron escritas. Para Franck (88) el contar historias (storyteller) puede servir para ayudar a las personas a afrontar y manejar sus enfermedades y clasifica aquellas en tres grupos: las historias de restitución, son las más frecuentes pero la enfermedad aparece solamente de forma transitoria; las historias de caos: incrustadas en la crisis de la enfermedad pero no pueden ir más allá de esta fase; las historias de búsqueda: hablan del sufrimiento y están motivadas por la creencia de la persona de que algo se puede aprovechar de la experiencia. Según este autor las historias de restitución y búsqueda son las  más publicadas.


Adame y Hornstein (89), a partir de las autobiografías de unos 600 casos exclusivamente en lengua inglesa hasta el año 2006, establecen como motivos los siguientes:


–denuncia de las condiciones de la institución psiquiátrica

–refutación de estigma de “enfermedad mental”

–reconstrucción de la experiencia caótica

–recuperación de la capacidad narrativa tras superar el trastorno

–contar la experiencia

–dar una versión diferente a la de los especialistas

–explicar el origen de la enfermedad

–identificar fallos en la atención recibida: abuso, rechazo, pérdida de derechos, etc.

–autoanálisis

–mandato divino.


Como resultado de la lectura de las autobiografías reseñadas en la bibliografía, a los anteriores motivos se pueden añadir los siguientes:


–supervivencia, romper aislamiento, integridad mental (mantenerse cuerdos)

–justificar salud mental propia (lo vivido como prueba de cordura)

–anamnesis o recolección de recuerdos (simplemente, no olvidar)

–prueba judicial de salud mental

–defensa, acusación, denuncia o protesta

–no olvidar

–incentivación terapéutica (pacto autobiográfico)

–ayuda/aviso a terceros


Vemos, por tanto, disparidad de motivos y, por supuesto, algunos autores comparten más de una motivación por lo que  al tratarse de diferentes autores con diferentes patologías y diferentes épocas no podemos decir que exista una finalidad común o única en su publicación. Sin embargo, en todas ellas subyace una motivación profunda y encomiable cual es la voluntad de sanar, de superar la enfermedad, no resignarse ante la adversidad y si para conseguirlo es necesario salir del anonimato y hacer público el sufrimiento…


¿Para quién escriben?


Tampoco hay un único destinatario: al público en general, a los directores de hospitales, a los propios psiquiatras (pero no para agradecer…), a las autoridades (gobernantes, jueces, etc.), a los familiares, a sí mismos (reconstrucción vital, no olvidar)…


¿Cuándo escriben?


En general los relatos autobiográficos están escritos en los intervalos de mejoría o en fase de post-crisis, es decir, cuando la persona se encuentra o bien en plenitud de facultades o bien la enfermedad no se manifiesta de forma tan grave que perturbe las funciones psíquicas superiores imprescindibles para tal cometido. Es esta la razón por la que la práctica totalidad de los relatos autobiográficos no son editados como “diarios” y si acaso alguno lo hace es más bien como recurso estilístico que como secuencia temporal propiamente dicha.


Con respecto a la lucidez o integridad psíquica de los enfermos escritores nos puede servir de ejemplo MacLennan (90) quien analiza la obra de varios poetas: Thomas Hoccleve, Torquato Tasso, James Carkesse, John Bunyan, George Trosse, William Cowper, John Clare y Gérard de Nerval. quien quiera adentrarse en el tema puede recurrir al estudio de A. Ludwig (91), estudio basado en 2200 biografías publicadas entre 1960 y 1990 correspondientes a 1004 personajes famosos.


La credibilidad


Evidentemente son relatos subjetivos susceptibles de contener recuerdos deformados (voluntaria o involuntariamente), amnesias parciales, relatos fragmentarios, alteración de la secuencia de acontecimientos, etc.; algunos autores recurrieron, como hemos visto, a la ayuda de terceros (familia, periodistas, psiquiatras…) unas veces para completar el relato biográfico y otras veces con vistas a lograr una mejor exposición formal; por esto último se ha puesto en duda la veracidad de lo relatado; es lo que ocurrió en el momento de su publicación con tres de las autobiografías etiquetadas como “noveladas”, si bien las propias autoras, Mary Jane Ward (73) y Joanne Greenberg, firmando ya con su verdadero nombre (75), o bien el libro de Janet Malcolm (92) sobre Sylvia Plath contribuyeron a aclarar la veracidad de lo relatado.


La credibilidad y la veracidad de los relatos autobiográficos también la proporciona el propio psiquiatra cuando los lee: salvo honrosas excepciones, en las autobiografías “actuales” no es raro verse reflejado en decisiones, comentarios, actuaciones, errores, sumisión al “orden” establecido como por ejemplo priorizar normas de funcionamiento frente a las necesidades del enfermo; responsabilizar al paciente del mal funcionamiento o de los costes del Sistema nacional de Salud…; la falta del más elemental sentido de humanidad, el trato distante, irresponsable cuando no degradante hacia el enfermo; la escasa o nula implicación terapéutica; en resumen, el paciente como “enemigo del sistema” y no como ciudadano con derecho a la salud, etc.


En ocasiones, lo vivido y lo relatado por el paciente parece funcionar como “el otro lado del espejo”, es decir, aún sin pretender denunciar abiertamente las actuaciones de los psiquiatras, simplemente describiéndolas, vemos como se reflejan negativamente en el cuadro clínico, en la evolución del mismo, en la relación médico-enfermo, etc., con consecuencias  a veces desastrosas para el paciente. Sirvan de ejemplo las descripciones contenidas en “El pozo de las serpientes” (73) propias de los manicomios de años 50 del siglo pasado o, más recientemente, la crónica escrita por Jay Neugeboren y su hermano Robert (82): múltiples ingresos forzosos, cambios de tratamiento psicofarmacológico, frecuentes cambios de psiquiatra; decisiones equivocadas, opiniones y abordajes contradictorios; promesas incumplidas; “fatalidad bioquímica” (la enfermedad mental es una alteración bioquímica del cerebro, por tanto…); asistencia extrahospitalaria deficiente e insuficiente y descoordinada, etc. Otro tanto se puede decir de las vicisitudes de la familia Cockburn (85) atrapada por los cambios en la asistencia psiquiátrica de la Inglaterra de los años 80-90 del pasado siglo (cierre de manicomios, dispositivos extrahospitalarios precarios, insuficientes, descoordinados, personal desmotivado…), etapas no tan lejanas para alguno de nosotros.


Utilidad


Con respecto a su utilidad práctica ya en 1974 Buckley y Sander (93) proponían recurrir a ciertas autobiografías de pacientes como materia de estudio en la formación de especialistas en salud mental: Sigmund Freud y “El hombre de los lobos” (94) así como los ya citados “Sucesos memorables de un enfermo de los nervios” del magistrado Schreber (71); “A mind that found itself “de Clifford Beers (53) y “I never promised you a rose garden” (74). Por su parte, el citado Sommer (95) va más allá e incluso recomendaba hacer una selección de las mismas como coadyuvante de la psicoterapia.


En otro orden de cosas también podemos añadir su utilidad como ejercicio de autocritica y de aprendizaje de errores (propios y ajenos) pues hay que tener en cuenta que lo relatado por algunas de las más recientes (la transformación de la asistencia, la primacía del interés económico sobre el asistencial, etc.), lo estamos padeciendo en la actualidad.


Limitaciones


En primer lugar, la ya mencionada limitación que supone no poder interactuar con los protagonistas de los relatos.


En segundo lugar, más que limitación estamos ante una delimitación: no se contemplan casos clínicos (infantiles, judiciales) ni biografías ni patobiografías ni antologías de casos. No se tienen en cuenta ni la crítica ni el análisis literario (no se cuestiona la calidad literaria) ni tampoco la relación entre creatividad y psicopatología o la enfermedad mental de personajes famosos. Lo mismo sucede con la ficción, la poesía, el teatro o cualquier otro medio de expresión escrito al que recurran los enfermos mentales.


En tercer lugar, solamente los pacientes alfabetizados con mayor o menor formación, solos o con ayuda, nos hacen accesibles sus vicisitudes a través de la escritura; desconocemos por tanto lo que ocurrió con lo que suponemos la inmensa mayoría, es decir, con todos aquellos que no han tenido la posibilidad de plasmar por escrito sus vivencias como enfermos mentales. Esta ausencia se ha intentado paliar parcialmente mediante el “Mental Health Testimony Project”, ubicado en la British Library y constituido por el conjunto de testimonios de enfermos mentales registrados en video. Si bien no coincide con esta finalidad, merece la pena mencionar el trabajo de Fredriksson y Lindström (96) en el que valoran la relevancia, no la autenticidad, de la experiencia del sufrimiento en un grupo de ocho pacientes no suicidas ni psicóticos mediante conversación grabada y mantenida con enfermeras.


En cuarto lugar, el idioma. La inmensa mayoría de la bibliografía utilizada está escrita en inglés lo que no quiere decir que no se hayan publicado en otros idiomas; simplemente este hecho pone en evidencia la práctica ausencia de referencias auto(pato)biográficas en castellano; sirva de ejemplo el “Diario de una enfermedad mental (esquizofrenia)” de A. Ramos (97).


CONCLUSIONES


La amplia variedad de las experiencias personales vertidas en las mencionadas auto(pato)biografías nos ofrece un completo panorama de la historia de la psiquiatría desde todos los puntos de vista pues abarca desde el más íntimo y personal no solo por parte de quien sufre sino también de su entorno familiar más próximo (aportan información de primera mano) hasta la evolución de los diagnósticos (de la monomanía a la paranoia, por ejemplo), de los tratamientos biológicos (contención física, shocks de todo tipo, la psicocirugía, los psicofármacos, etc.) y psicoterapéuticos, la relación médico-enfermo contada desde el punto de vista del enfermo, la vida institucional con sus normas de funcionamiento, las relaciones entre estamentos implicados en la asistencia al enfermo mental, la transformación de los dispositivos asistenciales siempre bajo criterios económicos, la descoordinación/ disgregación asistencial, etc.; por tanto, los relatos auto(pato)biográficos son una fuente necesaria de conocimiento y aprendizaje que complemente la formación del Residente MIR o PIR o de cualquier trabajador de la salud mental, con independencia de lo acertado o no del término propuesto, autopatobiografía, o de la clasificación utilizada para la presente exposición.


Pero, si la bibliografía es extensa, inabarcable… ¿por donde empezar? Además de la bibliografía utilizada, sobre todo la referenciada por Hornstein et al. (40), otro buen punto de partida lo constituyen las antologías, entre las que podemos destacar las de Kaplan (98), Raymond queneau (99), Dale Peterson (100), Andre Blavier (101), Roy Porter (102), Basset y Stickley (103) o LeCroy y Holschuh (104). Pero a día de hoy no todos los pacientes escriben auto(pato)biografías y consiguen publicarlas por lo que habrá que buscarlas también en internet… en blogs… las llamadas “redes sociales”… porque si las consultas duran diez minutos…


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