Tiempo, subjetividad y vivencia


Adrián Gramary. Psiquiatra

Centro Hospitalar Conde de Ferreira. Porto (Portugal)

Correspondencia: adrian.gramary@gmail.com



¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé,

pero si intento explicarlo, no lo sé.


San Agustín: Las Confesiones.



La temporalidad es uno de los capítulos de la semiología psiquiátrica sobre el que más profundamente ha reflexionado la fenomenología y la antropología existencial. Y no debe sorprender a nadie que estas dos corrientes filosóficas hayan mostrado una especial querencia por la reflexión sobre el tiempo y el espacio, ya que estamos ante dos nociones que son condicionantes universales y, a la vez, entidades estructurantes constituyentes del ser humano. Son condicionantes naturales universales porque no hay ningún ser viviente que se pueda situar fuera del marco espaciotemporal, y son entidades estructurantes constituyentes del ser humano, porque el hombre es el único ser viviente que es transcendido vivencialmente por el espacio y el tiempo.


Toda la reflexión sobre el tiempo y la mente parte de la dicotomía o distinción básica entre tiempo objetivo y tiempo subjetivo. Por tiempo objetivo se entiende el tiempo cronológico, físico o histórico. Nos referimos así a una noción cuantitativa e independiente del Yo, que depende de una medida precisa, y que es objetivo en el sentido en que es compartido con otros y verificable. El tiempo subjetivo es, al contrario, un tiempo interior y subjetivo, es la experiencia subjetiva del tiempo, lo que entendemos por la vivencia de la temporalidad.


Proponemos, por lo tanto, abordar sucintamente la evolución histórica del concepto del tiempo. Las escasas referencias sobre esta cuestión que se encuentran hasta el siglo XIX (exceptuando el caso de San Agustín, del que hablaremos más adelante) se ciñen al tiempo objetivo, aquel que los médicos valoran a través de la orientación temporal. Esta idea del conocimiento del tiempo objetivo, en cuanto medición del tiempo del reloj y el calendario se basa en las ideas de newton y leibniz, entre otros filósofos clásicos. Para Newton, el tiempo físico es un tiempo absoluto, matemático, existente en sí mismo e independiente de las cosas. Newton concibe el tiempo, al igual que el espacio, como una realidad infinita, uniforme, una especie de receptáculo o medio univer sal donde pasan las cosas y transcurren las vidas de los hombres, y que existiría tal cual, independientemente de cualquier conciencia que pu diera percibirlo.


Según esta concepción, el tiempo, al igual que el espacio, serían, por lo tanto, realidades objetivas independientes del ser humano, es decir, entidades objetivas puras.


En el siglo XVIII, Kant protagoniza un giro copernicano en la concepción del tiempo al ubicar tiempo y espacio en el campo de la subjetividad, definiendo ambas nociones como intuiciones puras “a priori” que posibilitan la aprehensión de la experiencia externa. Semejantes intuiciones, según Kant, no poseen ni una “realidad en sí” ni una “realidad vinculada a los objetos”, sino que representan “formas” (en el sentido kantiano) de la intuición sensible, sin cuya mediación no podríamos captar el mundo objetivo. Para Kant, tiempo y espacio son, por lo tanto, categorías del conocimiento que permiten la distribución de las percepciones, las representaciones, los conceptos y los saberes. Con todo, en cuanto entidades humanas, el espacio y el tiempo aún conservan en Kant el carácter de entidades potenciales o huecas, que, si bien se hallan presentes en el interior del hombre, sólo toman plena realidad cuando se llenan con objetos de conocimiento.


La visión kantiana del tiempo difiere notablemente de la concepción de la fenomenología y de la antropología existencial. Según estas corrientes de pensamiento, el tiempo no es un “objeto real”, como sugería Newton, pero tampoco es una “entidad hueca”, como señalaba Kant: para la fenomenología y la antropología existencial el tiempo es una categoría básica del ser.


Jaspers, que, en las sucesivas ediciones de su Psicopatología general, se muestra heredero de la filosofía kantiana en el modo de abordar el estudio de las vivencias del tiempo y del espacio en los enfermos psíquicos, distingue entre “saber acerca del tiempo” o apreciación del tiempo objetivo, y la “vivencia subjetiva del tiempo”. El espacio y el tiempo son ya, para Jaspers, cualidades primordiales de la estructura de la vivencia.


Husserl también considera el tiempo bajo un doble aspecto: un tiempo de la conciencia, el tiempo inmanente; y un tiempo del objeto, un tiempo trascendente. Pero el tiempo inmanente no es sólo el “tiempo de la conciencia”, sino a la vez y por necesidad es también “conciencia de tiempo”.


Es necesario detenernos un instante, en este recorrido por la evolución del concepto de temporalidad, en el pensamiento de bergson, que, a pesar de no formar parte de las corrientes fenomenológica o existencial, es uno de los filósofos que más atención ha dedicado al estudio del tiempo, siendo éste el punto de partida de toda su reflexión filosófica. Bergson aplica la “duración” al tiempo, lo cual supone una novedad que va a transformar la concepción tradicional del tiempo, y establece una distinción entre la “pura duración” (durée), por un lado, y el “tiempo” de los físicos, por otro. Este concepto de pura duración será el concepto básico que utiliza Bergson para explicar la vida, el universo y el hombre, constituyendo el núcleo sobre el que pivotan todos sus escritos.


El tiempo de los físicos, nos dice Bergson, es una noción creada sobre términos espaciales, descrita en imágenes topológicas, como ocurre con la distinción entre pasado, presente y futuro, o con la consideración del instante. La pura duración representaría, sin embargo, la verdadera trama, la fundamentación de la realidad y del sujeto. Para este autor, la conciencia es el ámbito privilegiado donde se localiza primeramente el tiempo, dándose así una unión entre “pura duración” y conciencia. La conciencia es el ámbito dominado por el tiempo: el tiempo se torna así el “tejido”, la “trama” misma de la actividad de la conciencia.


Minkowski integra en su pensamiento el vitalismo espiritual de Bergson y la fenomenología de Husserl y propone una relectura de la psicopatología a la luz de la vivencia de la temporalidad, tema al que dedica su obra magna El tiempo vivido (Le temp vécu). El “tiempo vivido” de Minkowski es un concepto heredero de la duración pura de Bergson, dentro del cual el autor distingue los siguientes sectores –que no guardan relación con el tiempo cronológico:




Dentro del presente habría que distinguir, según Minkowski, el “justamente ahora”, que es una especie de pico, y el “presente propio”, que representa una meseta.


La noción de temporalidad vigente actualmente en la  psiquiatría fenomenológica tiene una deuda indudable con la obra de Heidegger, quien en su obra más conocida, Ser y Tiempo defiende que la estructura antropológica del hombre arranca de su temporalidad. Heidegger estima que cada dimensión del tiempo (presente, pasado y futuro) constituye un éxtasis, pues sale fuera de sí misma y su vigencia no cesa en ningún momento. El presente está, por lo tanto, empapado de pretérito y de futuro. El futuro no es simplemente “algo que acontecerá”, “algo que todavía no es”, sino que opera en cada momento presente. De igual forma, el pasado no es sólo “algo que ha sido”, sino que es una realidad operativa en cada momento presente. En conclusión, al contrario de lo que sus respectivas denominaciones nos puedan hacer creer, el pasado se halla todavía presente en nosotros y el futuro ya está presente en nosotros. Por esto afirmamos que ambos tienen una cualidad de presente, también operativa, naturalmente, en el presente. Las tres modalidades bajo las cuales se perfila esta experien cia (y que denominamos, precisamente, pasado, presente y porvenir), manteniéndose distintas, se manifiestan en una unidad que no puede romperse, y que se organiza como un continuum donde se interpenetran y matizan unas a otras sin cesar. De este modo, para Heidegger, en nuestra existencia, hay una sucesión de momentos, cada uno de los cuales integra una síntesis del pasado, el presente y el futuro. Puesto que la existencia es un proyecto y una transcendencia, siempre apunta al futuro, que es el éxtasis del tiempo más potente y es el agente determinante del pasado y del presente. En la fenomenología existencial de Heidegger el porvenir gira, de hecho, en torno al impulso hacia la muerte, porque la muerte irreversible es en esta doctrina un fin absoluto.


Heidegger señala también que existen dos modos básicos de vivir el tiempo: como tiempo originario o primordial y como tiempo trivial o vulgar. El tiempo primordial se caracteriza por la prevalencia del futuro y sirve de marco de la existencia auténtica, aquella existencia que toma conciencia de su finitud y que está constituida sobre la transcendencia. La  concienciación de un límite donde surge la muerte, donde aparece la imagen de “ser-para-la-muerte”, es, sin embargo, muy ansiógena y, por ello, la existencia auténtica, aquella que nos permite vivir el tiempo originario, está empapada no sólo de futuro, sino de angustia. En la existencia inauténtica, por el contrario, domina la cotidianidad y el tiempo trivial, que está saturado del presente. 


San Agustín, hace más de mil quinientos años, tuvo una intuición muy semejante a la de los éxtasis de Heidegger, cuando afirmaba en sus Confesiones:


No se dice con propiedad: los tiempos son tres, pretérito, presente y futuro, sino que tal vez con más propiedad se diría: los tiempos son tres: presente de las cosas pretéritas, presente de las cosas presentes y presente de las cosas futuras. Pues estas son tres cosas diversas en el alma, y fuera de ella no las veo: memoria, presente de lo pretérito; la mirada o atención, presente de lo presente; la expectación, presente de lo futuro.


San Agustín tuvo, además, el gran acierto de puntualizar que el tiempo no es una medida externa, sino una medida interna, es decir, una extensión anímica.



Adaptado de Alonso-Fernández, F. (1976)



Gracias a la psicología evolutiva, la psiquiatría consiguió verificar la situación jerárquicamente superior de la temporalidad en relación con la espacialidad. Por ejemplo, la adquisición de la percepción del curso del tiempo, según gesell y amatruda, es más abstracta que la del espacio y se desarrolla

más tarde.


Piaget señala también que el desarrollo de la noción de espacio antecede a la del tiempo. El niño, según Piaget, adquiere la capacidad de ordenar en el tiempo los acontecimientos independientes del Yo entre la segunda y la tercera etapa del desarrollo de las relaciones topológicas, hacia la edad de ocho o nueve meses. Hacia los dieciocho meses, ya es capaz de evocar recuerdos no ligados a la percepción directa y situarlos en el marco de un tiempo que engloba toda la historia de su mundo. De este modo, la temporalidad comienza a referirse a las representaciones.


La vivencia del espacio tiene no sólo una génesis más precoz que la del tiempo, sino una construcción más sólida frente a los embates de las enfermedades psíquicas. Por esta razón, y también por razón de la hegemonía existencial ya referida, el tiempo tiene más importancia psicopatológica que el espacio.


Son bastantes los autores que, a partir de los desarrollos teóricos heredados de la fenomenología y la antropología existencial, han dedicado a la psicopatología de la temporalidad capítulos de sus textos. Todos ellos parten (aunque usen para ello denominaciones diferentes), tal como ya fue dicho al inicio de este texto, de la distinción esencial entre tiempo objetivo y tiempo subjetivo, a la que algunos acrecientan el tiempo fisiológico. No existiendo, de hecho, un acuerdo sobre la clasificación de las alteraciones del tiempo, proponemos centrarnos en dos formulaciones relativamente recientes: las de Christian Scharfetter y Andrew Sims.


Scharfetter diferencia así el conocimiento del tiempo de la  vivencia del tiempo. El conocimiento del tiempo es la valoración del tiempo objetivo. El conocimiento del tiempo tiene, por lo tanto, un importante significado para la orientación. La vivencia del tiempo es descrita por este autor como “tornar presente el tiempo, como un continuo biográficamente coherente y orientado entre pasado, presente y futuro (tiempo del Yo)”. La vivencia del tiempo, como experiencia de la propia evolución, es un componente de nuestra conciencia de nosotros mismos: es la vivencia de la continuidad del Yo, a través de las transformaciones de nuestra propia forma y de la forma del medio ambiente, de las situaciones espaciales y sociales y de nuestro propio papel en ellas. De este modo, la vivencia del tiempo es parte de la experiencia de nuestra propia identidad. El conocimiento del tiempo es, para Scharfetter un constructo destinado a nuestra percepción del devenir temporal, cuyos pilares son la conciencia vigil, las funciones mnémicas y de la inteligencia. La vivencia del tiempo, además de esos requisitos, está determinada por el estado general de nuestro organismo (el estado del metabolismo, la temperatura corporal, etc.), del ritmo circadiano, del estado de humor, de la motivación, de la actividad básica, etc.


Cuanto más activa es una persona, cuanto mayor es la cantidad de vivencias, más rápidamente el tiempo le parece pasar. La escasa motivación con relación a los acontecimientos actuales, la pobreza de las vivencias y de la motivación con relación a un acontecer futuro, acompañado por inactividad momentánea (espera), dan lugar a una hipervaloración de los periodos de tiempo (aburrimiento).


Scharfetter clasifica las alteraciones de la vivencia del tiempo de la siguiente forma:


1 - Vivencia de aceleración del tiempo: que aparece en el inicio (aura) de las crisis epilépticas, bajo el efecto de ciertos fármacos psicotrópicos (mescalina, psilocibina, LSD, anfetamina, escopolamina) y en la euforia maníaca.


2 - Lentificación del tiempo (vivencia de dilatación del tiempo hasta la detención del tiempo): que aparece en depresiones graves (sobre todo en las endógenas), en la esquizofrenia, en estados de éxtasis, bajo la influencia de drogas (neurolépticos, LSD, quinina) y a veces en las auras epilépticas.


3 - Pérdida de la realidad del tiempo: caracterizada por la falta la conciencia de un continuo temporal y que puede aparecer en los cuadros confusionales, en el síndrome de Korsakoff, en depresiones graves, bajo la influencia de alucinógenos y a veces en la esquizofrenia, con fenómenos de desrealización y despersonalización evidentes.


4 - Perturbación de las categorías del tiempo: Las proporciones entre pasado, presente y futuro están alteradas. Pueden faltar una o varias de estas dimensiones. Por ejemplo: desaparición del tiempo, pérdida del pasado, imposibilidad de considerar el futuro, mezcla de pasado y presente. Estos fenómenos pueden aparecer en ciertos estados regresivos de la esquizofrenia, en la deficiencia mental profunda, en el sueño y en los cuadros confusionales (estado crepuscular o delirio exógeno).


Scharfetter incluye en este apartado lo que denomina ecmesia, una experiencia alterada del tiempo caracterizada por el hecho de que el pasado es vivido como presente, es decir, durante su vivencia actual, el paciente cree estar en un tiempo pasado. La ecmesia puede aparecer en el síndrome de Korsakoff, en las demencias, bajo la influencia de alucinógenos y en esquizofrénicos.


Sims divide este capítulo de la psicopatología, en:

Alteraciones del tiempo objetivo o cronológico.

Alteraciones del tiempo subjetivo o de la vivencia del tiempo.





1- ALTERACIONES DEL TIEMPO OBJETIVO


Íntimamente asociadas a alteraciones de la conciencia, la atención y la memoria.


a - Alteración del conocimiento del tiempo: que se refleja en la desorientación temporal, que es una de las características del delirium y la demencia, y constituye para Sims un buen criterio clínico para distinguir las alteraciones funcionales de las orgánicas.


b - Alteración de la duración del tiempo: característica de los cuadros depresivos.


c - Alteración de la cronología del tiempo u orden temporal: que aparecen en diferentes lesiones neurológicas diencefálicas (lóbulo frontal, parietal y área prefrontal izquierda).


2 - ALTERACIONES DEL TIEMPO SUBJETIVO


a - Alteración del flujo del tiempo, que puede estar acelerado (como ocurre en la manía) o lentificado (en la depresión),  llegando incluso a la vivencia de detención del tiempo (como acontece en la depresión psicótica o en el síndrome de Cotard –donde se ha descrito el sentimiento de inmortalidad–, en la esquizofrenia o en fenómenos de éxtasis).


b - Alteración de la dirección del tiempo, caracterizada por la sensación de que los acontecimientos ocurren al contrario, como si se estuviese rebobinando.


c - Alteración de la unicidad del tiempo, como ocurre en los fenómenos de déjà vu y jamais vu o en el fenómeno de reduplicación del tiempo, durante la que el paciente siente como si ya hubiese vivido su propia vida. Estos fenómenos pueden aparecer en la epilepsia o en la esquizofrenia, y Sims, con todo, reconoce que tal vez sería más apropiado clasificar dentro de las alteraciones de la memoria.


d - Alteración de la cualidad del tiempo, donde incluye experiencias caracterizadas por la vivencia de alienación respecto al tiempo, de forma que este se torna exagerado, intrusivo e incluso irreal, que puede aparecer en fenómenos de desrealización y despersonalización.


BIBLIOGRAFÍA


ALONSO- FERNÁNDEZ, F: Fundamentos de la psiquiatría actual, Madrid: Paz Montalvo, Tomo 1, 1976.


BERGSON, HENRI: Memoria y vida, Madrid: Alianza editorial, 2016.


JASPERS, KARL: Psicopatología general, Méjico: Fondo de Cultura Económica, 1996.


KOERNER, STEPHAN: Kant. Madrid: Alianza editorial, 1995.


MINKOWSKI, EUGÉNE: El tiempo vivido, Méjico: Fondo de  Cultura Económica, 1973.


REALE, GIOVANNI Y ANTISERI, DARIO: Historia de la Filosofía - II. Del Humanismo a Kant - 1. Del Humanismo a Descartes, Barcelona: Herder, 2010.


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SCHARFETTER, CHRISTIAN: Introdução à Psicopatologia Geral, Lisboa: Climepsi, 1997.


SIMS, ANDREW: Sintomas da mente. Introdução à psicopatología descritiva, 2011 (edición portuguesa).


VATTIMO, GIANNI: Introducción a Heidegger, Barcelona: Gedisa, 2002.