La dieta y el antiobiótico


Rubén Touriño Cantón. Psiquiatra

Sant Joan de Deu. Barcelona

Correspondencia: rtourio@.hotmail.com


Buenas tardes y muchas gracias al comité organizador por la invitación. En el programa de las jornadas verán que figura como título “Una pulgada de goce”: una medida como el intento de limitar algo que resulta excesivo estará presente en lo que me gustaría compartir. Si bien finalmente he titulado a este relato clínico la dieta y el antibiótico pensándolos como dos elementos que sirvieron de orientación en la atención clínica. El primero, permitió iniciar una serie de encuentros; el segundo, tendría su importancia por los efectos secundarios no descritos en la ficha técnica que sorprenderían al propio prescriptor; pero dejémonos de spoilers y vayamos al asunto.


El periodista Guillem Martínez, durante el estallido del PSOE hace mes y medio, apuntaba lo siguiente: “No siempre implosiona un partido del Régimen del 78 ante nuestras narices. De hecho, es algo que no estaba previsto. ¿Qué ha pasado? Es muy posible que sólo se sepa al final de la crisis, cuando se pueda observar con claridad qué función ha tenido, y quiénes han sido sus beneficiarios. En el ínterin, les dejo una serie de puntos, aún no unidos por una raya, que pretenden ofrecer claves de lo que está pasando.”(1)


Puntos aún no unidos por una raya; seguro recuerdan aquellos pasatiempos en los que al unir mediante un trazo una serie de marcas numeradas, siguiendo un orden determinado, surgía una figura.


Había allí un saber dibujado, a descifrar mediante el recorrido de un camino ya marcado. Pero en la clínica, tal vez se trata más bien de tomar puntos de orientación con aquello que se nos presenta, habitualmente dificultades, sin poder precisar a priori cuál es el itinerario a recorrer, porque éste no está prefijado como en los libros de colorear, sino que ha de ser trazado por el sujeto que nos ocupa, quien a su vez puede valerse de alguno

de los puntos de apoyo que se le ofrezcan.


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Javier –nombre figurado– es un hombre que llega a la ciudad procedente de otro lugar; hace años que se había ido de la casa familiar, viviendo en la calle, excepto durante un tiempo que encontró acogida en una congregación religiosa, de la que fue invitado a salir al no ser considerado un candidato adecuado a la misma. Aquello que él pensaba como una solución para su vida, no fue posible.


Una trabajadora social con quien se encuentra en la calle le ofrece un alojamiento en un hostal y, unas semanas después, le propone visitar a un psiquiatra porque, según ella, había algo que no marchaba: le parecía que se relacionaba poco o nada con los demás, que se interesaba por cómo poder conseguir un dinero para vivir por su cuenta, lo que juzgaba muy razonable, pero no era capaz de enunciar ninguna propuesta para ello, excepto la reiteración en mediar para que fuera aceptado nuevamente en alguna orden religiosa: él ya lo había intentado en varias ocasiones, obteniendo respuestas negativas.


En el primer encuentro, preguntado si hay algo que le preocupa, señala que sí: el hábito intestinal; hace tiempo que se le presenta diarrea o estreñimiento, sin orden ni concierto; en los días siguientes le facilitarían consulta con un médico de cabecera y un especialista en el aparato digestivo.


Se pone en marcha un nuevo proyecto municipal de atención social a ciudadanos sin hogar que hacen uso de drogas y/o padecen alguna patología psiquiátrica: consiste en facilitar un apartamento individual en régimen de alquiler, cuyo importe es subvencionado por el ayuntamiento, a cambio de aportar un  pequeña parte de los ingresos económicos y permitir un encuentro semanal en la vivienda con los educadores sociales referentes de dicha atención. Javier, que durante este tiempo accede a una pequeña prestación económica, acepta la propuesta y comienza a vivir solo en su nueva casa.


A los pocos días, los vecinos se quejan al administrador de la propiedad de golpes y gritos procedentes del piso, grabando el audio con un móvil a modo de prueba; que haya quejas del vecindario podría ser un motivo para tener que abandonar la vivienda. Los educadores le preguntan por estos golpes y gritos: él también los ha escuchado ya la primera noche, no situándose como agente de ninguno, y añade que tampoco se encuentra a gusto en la vivienda apuntando a las dimensiones reducidas de la misma. Ante las quejas de la comunidad de vecinos y la demanda de Javier, optan por ofrecerle otra vivienda, en otro barrio.


En las citas que se sostienen durante este tiempo, no hablará sobre “golpes”. Lo que le ocupa es la alimentación.


LA DIETA


Se alimenta de pan, aceite y queso, combinados en diferentes proporciones, tomando el número diario de deposiciones como la referencia de lo que podía ingerir: si ha de ir al aseo más de tres veces al día significa que la dieta “no le cae bien al cuerpo” y ha de introducir alguna modificación. Los educadores se muestran preocupados por esto, y pensamos que podría ser una razón de los síntomas digestivos, que por otra parte los especialistas médicos no situaban en relación a ninguna patología.


Jacques-Alain Miller en el texto La invención psicótica propone, siguiendo la orientación de Jacques Lacan, que “somos todos esquizofrénicos porque el cuerpo y los órganos del cuerpo nos hacen problema, salvo que, nosotros adoptamos soluciones  típicas, soluciones pobres”(2). Tal vez adoptar lo que se entienda por dieta atlántica, mediterránea, etc. es una de esas soluciones pobres que compartimos; seguramente que tampoco ninguno de los que estamos aquí comemos exactamente lo mismo, aunque nos podamos identificar con alguna de estas modalidades, sin que ello nos genere un enigma ni tampoco gran inquietud, excepto cuando se aproxima la operación bikini.


Javier había de inventar un modo de alimentarse. A veces probaba a introducir algún alimento distinto, invitado a introducir más variedad por quienes hablamos con él, pero si luego tenía que ir al baño tres o más veces, le resulta incómodo y excesivo. Irá estableciendo diferentes combinaciones permitiéndose enunciar alguna pregunta: un día llamará preguntando si beber un vaso de agua al día es suficiente. ¡No sabía qué responderle! Dije que probara con tres y que me llamara de nuevo para decir cómo le había ido. En otro momento comenta que ha probado a reducir el aceite, y en lugar de un vaso al día, toma medio; ¡lo que yo desconocía es que las medidas se referían a vasos de plástico con capacidad de 1 litro! Le digo que tal vez eso es “mucho”, entonces pregunta cuánto no es “mucho”. También, si decide aumentar la cantidad de un alimento, esto pasa por reducir la de otro; es como si hubiera de mantenerse una constante en lo que ingiere, y que la cuantificación, a modo de operar con lo simbólico que permite nombra y separar, en el ámbito de lo que introduce en el cuerpo, se presentara como algo bien complicado; lo que contabiliza y de lo que se separa es de lo que cae del cuerpo.


Mostrar cierto interés por cómo va su investigación sobre la alimentación supondrá un primer modo de poder continuar los encuentros.


DEL APARTAMENTO AL HOSPITAL


Ya en el nuevo apartamento, se repiten las quejas de los  vecinos ante golpes y gritos procedentes de la vivienda. Puede que también tenga que abandonar este piso… Uno de los educadores le propone que lo llame al teléfono si vuelve a repetirse eso de lo que poco ha podido decir hasta el momento, pero que comparte sucede: él también ha escuchado aquello de lo que se quejan los vecinos.


Hay una apuesta institucional fuerte, el proyecto de vivienda se presenta desde los servicios sociales como pionero en el territorio, y ha de demostrarse que funciona, consistiendo el éxito en que los ciudadanos que participan de él, bajo algún diagnóstico psiquiátrico, pueden sostener la vivienda. ¡Prohibido fracasar!


La posibilidad de que en este caso dicho proyecto naufrague y la incertidumbre frente a cómo continuar la atención tanto clínica como social, ponen sobre la mesa la posibilidad de una hospitalización y la introducción de una medicación pensando todo ello como una eventual solución a lo que acontece: los golpes de los cuales se quejan los vecinos en cuanto ruido procedente del apartamento, y aquellos de los cuales da cuenta nuestro paciente y que tomamos como síntoma alucinado, con la consecuencia, en ambos casos, de no poder hacer uso de un piso.


Así, nuevamente, ha de abandonar esta segunda vivienda, y se le propone alojarse en un hostal mientras solicitamos una habitación en un centro hospitalario.


La acogida hospitalaria tendría consecuencias para Javier pero también para los educadores sociales y el psiquiatra que le atienden.


“NO ES UN PROBLEMA DE LA MEDICINA


Durante la estancia de un mes en el hospital, mantenemos igualmente citas en la consulta; algunas programadas, otras  cuando él lo solicitaba.


Comienza a hablar de algo hasta el momento no dicho: lo que le sucede se inició años antes, cuando estaba en la casa familiar: en su cuarto comenzó a oír los golpes, luego también fuera de la vivienda, así como insultos dirigidos hacia él allá por donde iba. Pensó en irse a otro país; no conocía el idioma, pero quizás por su aspecto allí pasaría desapercibido.


Advierte que lo que le pasa “no es un problema de la medicina”: unas personas producen un ruido que son como “golpes”, “martillazos”; concluye que hay gente que no le quiere, y genera esos martillazos. “Si alguien no me quiere que me lo diga, que me den un papel donde ponga si me quieren o no, y me voy”, “que me den unos papeles para que esta gente no me siga molestando” es algo que enunciará en varias ocasiones.


Sitúa también dificultades en el encuentro sexual con otros, lo mismo que para la masturbación: suceden “cosas”, “ruidos” que vienen a incomodarle. La emasculación como una posible solución que pensó a este problema: al apuntar la radicalidad de tal posibilidad, me dice que, en tal caso pediría cita con cirujanos que hicieran este tipo de intervenciones quirúrgicas, tomando las debidas precauciones frente a la literalidad de su enunciación de “cortarse la polla”; sugiriendo lo complicado que resulta para los seres hablantes aquello que remite al encuentro sexual, consiente aplazar un acto de este calibre.


EL ANTIBIÓTICO


Al mismo tiempo, advertía las dificultades para continuar alojado en el hospital, sobre todo en lo que tenía que ver con la comida y los fármacos.


El menú; le resultaba difícil aceptarlo. Desde la planta se le animaba a que comiera lo mismo que los demás. La dieta hospitalaria le era presentada como adecuada, nutritiva,  equilibrada… (Incluso se podría pensar: ¡qué comida más saludable sino aquella que se ofrece en un hospital!). Pero en todo esto había algo que no era del orden del aprendizaje, algo no educable, como el goce (3).


Los fármacos. Desde el hospital se le propuso hacer uso de neurolépticos. Si los alimentos podían tener efectos secundarios sobre el cuerpo, las misma prudencia guardaba con respecto a incorporar vía oral otras sustancias, no consintiendo hacer uso de los mismos.


Días antes del ingreso, había acudido al médico de cabecera por la infección en una uña de la mano; la doctora le recetó un tratamiento antifúngico por vía oral que no llegó a comenzar; yo le preguntaba sobre esto, le sugería que tal vez podría probarlo y si le sentaba mal que dejara de tomarlo… en el fondo insistía en esto pensando en que tal vez sí, un neuroléptico podría ofrecer algún alivio, y por otro lado temía que si no aceptaba fármacos, tarde o temprano esto sería un conflicto para permanecer en la unidad hospitalaria, donde una vez establecido un diagnóstico, se orientaba la medicación como la prescripción sin la cual no había mucho más que hacer, corriendo el riesgo de quedarse nuevamente en la calle a falta de otro techo.


Digamos que durante un tiempo me puse a trabajar para el discurso que atribuía a la institución, tanto la del hospital –el paciente ha de aceptar un fármaco– como la social –el paciente ha de estar alojado–; hasta que algo insostenible se precipitó y permitió retomar una apuesta por el sujeto, compartida con los educadores sociales, aún al precio de tener que hacer con la incertidumbre de no disponer de un recorrido predeterminado.


Un día acudió a una farmacia a pedir otra opinión sobre la infección de una uña; le dijeron que precisaba un antibiótico. Me pregunta si le puedo prescribir uno que ya había tomado hace años; procedo, pensando en inaugurar así la posibilidad  de un uso de fármacos a partir de cierta transferencia; al mismo tiempo, en cuanto estaba hospitalizado, aviso en la planta de que he realizado dicha prescripción.


El efecto secundario del antibiótico que no constaba en la ficha técnica fue el alta hospitalaria.


Se insiste en que, si ha de tomar un fármaco, éste ha de ser supervisado desde el control de enfermería; Javier no consentía a esta exigencia, quería tener el antibiótico en su cuarto; desde la unidad se apunta que no es el recurso para él porque no acepta el uso de los fármacos que le proponen ni consiente que supervisen aquellos que él acepta, sugiriendo solicitar una hospitalización en una unidad de larga estancia. No quiere estar allí más tiempo; le pregunto si con lo que ha ahorrado durante el último mes se puede pagar unos días en el hostal; así hizo. Desde entonces y por el momento, se sostienen citas habitualmente semanales.


Los educadores se permitieron igualmente continuar acompañando a Javier y apostaron por facilitarle una tercera vivienda, hacia la cual se ha tomado su tiempo: ha estado varias semanas en hostales, pero desde hace un par de meses, la utiliza para dormir.


HACER SITIO AL SUJETO


Me llamaba la atención que cuando hablaba de la dieta, lo mismo que de la afectación de la uña, no daba cuenta en esas citas de los fenómenos xenopáticos; me pregunto si estos intentos de regular algo en el cuerpo a través de lo que ingería, podrían en efecto ser una tentativa de regular un goce a falta de una significación fálica; igualmente si la infección contenida en una pulgada, condensaba y localizaba algo del mismo orden. También si la vida en la congregación religiosa, con las leyes/votos que allí regían, como el de castidad, podrían haber tenido algún efecto similar del cual él hiciera uso.


Todas estas elucubraciones, evidentemente no son dirigidas al paciente en cuanto no estamos en el registro de lo interpretable, más bien al contrario, como apunta Vicente Palomera en Pioneros de la Psicosis, se trataría de “desabonarse de la interpretación”, en cuanto esa es ya la vocación del psicótico, su vocación por la interpretación, es decir, por complementar el goce y la significación del Otro, situándose como objeto que falta al Otro, al universo de discurso(4), pero permitieron preguntarse por cuál es la lógica que rige al sujeto, cuál la función de sus síntomas; y compartirlo con los referentes de la atención social tuvo efectos en cuanto relanzar un interés, no tanto del lado de identificarse a quien tiene el remedio a lo que le ocurre, sino hacia cómo situarse para acompañarle en las posibles soluciones qué él iba encontrando.


Tomando esta misma referencia bibliográfica, Pioneros de la psicosis, destacar la apuesta del psicoanálisis al considerar la psicosis no como déficit sino como posición subjetiva en la que hay un rechazo a las identificaciones comunes, identificaciones “por cuyos rieles las personas se deslizan en un discurso normalizado” y sin las cuales el psicótico se queda sin defensa ante lo real del goce. Rechazada una solución común, universal, se ve obligado a inventar una solución nueva, singular(5).


DE LA FOTOGRAFÍA A LA ESCRITURA


Así, una de las primeras soluciones para soportar los fenómenos que le concernían era irse unos días a un hostal cuando sentía los “martillazos” en la vivienda, pero no podía pasar muchas noches porque no le alcanzaba el dinero.


Aprovecharon entonces los educadores para proponerle la posibilidad de explorar un acceso al mercado laboral –a propósito de un trabajo remunerado– pensando los recursos de inserción/formación laboral no solo como un fin en sí mismos, sino como la oportunidad de que él pudiera servirse de algo de  lo que allí acontece.


Se concierta una cita con una entidad del ámbito del empleo protegido; Javier expone su propuesta: que le ayuden a poner en marcha un pequeño comercio que regentaría él solo. En la entidad de inserción laboral, le dicen que ellos no disponen de los medios para financiar su proyecto; por no tener, no tienen tampoco ofertas laborales que ofrecerle. Pero le invitan a iniciar alguna actividad formativa para ampliar su currículum. Me digo en voz alta si allí habrá algo a aprender que pueda resultar de su interés, a lo que responde que “en la escuela era bueno en ortografía” y que tal vez eso es importante en cuanto a la formación. Pregunto si escribe sobre lo que le sucede, dice que no, enunciando nuevamente que cree que la ortografía puede ser importante; puede serlo, digo, aun no comprendiendo gran cosa.


En la siguiente cita, presentará una pequeña hoja con una serie de frases escritas: “aquí están las cosas de las que creo que hemos de hablar”; era la primera vez que utilizaba la escritura para dar cuenta de lo que le afectaba: que por la calle le digan palabras que le resultan ofensivas, que ambulancias y coches de policía aparezcan allá por donde él vaya, pregunta si yo podría hacer algo, puesto que trabajo en un hospital, y las relaciones con las mujeres –otros le impiden tener encuentros sexuales.


En una de las últimas citas, tras mostrar lo que ha escrito esa semana, explica que durante la noche sucedió lo mismo que otras veces le había llevado a dejar el piso y pasar unos días en el hostal: los golpes. Al igual que en ocasiones previas, lo primero que hizo fue llamar por teléfono a uno de los educadores para dar cuenta de ello –tal vez dejando así una constancia de aquello un tanto indecible– pero esta vez no había tenido que irse del piso, y apuntaba algo más: que los golpes no son tan intensos como hace un tiempo, ni tan frecuentes, también que no es tanto el ruido lo que molesta  sino el que se trate de “golpes que dicen, golpes que señalan que puede haber algún problema”. Vuelve a reiterar: “si no me quieren, que me lo digan por escrito y me voy”.


A MODO DE CONCLUSIÓN


Sin comprender todo lo que dice o hace, ya no se tratará solamente de preocuparnos si será capaz o no de sostener la vivienda, aquello que se planteaba inicialmente como un objetivo en cuanto no desearle que volviera a vivir en la calle, sino que circula cierto interés, cierto deseo, a intentar captar algo de la lógica de lo que sucede, pensando que ello nos puede permitir situarnos de la mejor manera para acompañarle. Así, en las reuniones con los educadores sociales, comenzaron a surgir cuestiones que nos llamaban la atención bajo este nuevo punto de vista, cuestiones que podrían parecer banales, pero que hacen aparecer a Javier como alguien singular.


Tal vez, a lo largo de este breve recorrido clínico, comience a esbozarse un trazo en el cual un sujeto, particular como la letra de cada uno, pueda comenzar a dibujarse; trazo que en las últimas citas ha hecho pasar a través de una escritura incipiente, invitando a leer en sus notas aquello sin respuesta: “que me digan si me quieren o no”.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


(1) MARTÍNEZ, G. (2016). La crisis del PSOE, susurrada.

En:

federalgolpe-de-Estado-Pedro-Sanchez.htm>


(2) MILLER; J-A. (2007). “La invención psicótica”. En: Virtualia. Revista Digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana; nº 16, página 3.


(3) NAPARSTEK, F. (2016) “El goce de Freud a Lacan”. En: Agalma. Revista Chilena de Psicoanálisis Lacaniano. Nº 2, 2016.


(4) PALOMERA, V. (2014). Pioneros de la Psicosis. Madrid: Gredos; pp. 38, 39.


(5) Ibídem, pp. 20,21