EAVESDROPPING

An intimate history

John L. Locke. Oxford University Press. 2010


S.L.C.




Mi libro, dice John L. Locke, especialista en psicología del lenguaje de la Universidad de Nueva York, se ocupa del intenso deseo de los miembros de nuestra especie por conocer lo que está ocurriendo en las vidas personales de los otros. A Locke, fue la lectura de una obra de Marjorie McIntosh en la que se recogían las numerosas condenas por eavesdropping en la Gran Bretaña de hace cinco y seis siglos, lo que lo llevó a escribir este libro. Eavesdropping, en su significado antiguo, es el sitio exterior de la casa por el que cae la lluvia desde el alero porque, era en esos lugares de las frágiles y desvencijadas casas británicas de hace 500 años, donde se situaban los fisgones para escuchar y observar a escondidas las conversaciones y acciones de sus vecinos. Hoy, el Word-reference da como  traducciones al español de eavesdroppingescuchar a escondidas detrás de la puerta o disimuladamente, pero no faltan palabras españolas que aludan de manera más o menos precisa a esa escucha escondida y por extensión, al ver o incluso al oler a escondidas. Así, espiar, fisgar, fisgonear o husmear, podrían proponerse como traducciones aproximadas aunque sus significados sean más o menos amplios que el término inglés1. Locke, se pregunta en el libro: ¿qué había ocurrido para que la mente medieval criminalizara esas conductas?... ¿que pensaban los “criminales” que estaban haciendo cuando salían de sus casas por la noche para escuchar las conversaciones de sus vecinos debajo de los aleros?...


En su explicación, Locke, usa eavesdropping en dos sentidos. El convencional, la subrepticia observación que se hace de las experiencias íntimas de otros (como mirar por el ojo de la cerradura o escuchar aparentando inatención en un ambiente público), lo que implica la intervención de ojo y el oído. El husmear e indagar del español, que dejan abierto el campo incluso a las preguntas a terceros, los asigna Locke, al gossip, al cotilleo. La comunicación que siempre ha interesado a los lingüistas y psicólogos es diádica: un emisor A, emite señales que son recibidas por un receptor B que a su vez pasa a ocupar la posición de emisor. El eavesdropping, es también comunicación, pero con dos diferencias: emisor y receptor mantienen una actividad íntima sin ser conscientes de que 

  


1 En el diccionario de la RAE, fisgonear, nos lleva a fisgar y este a husmear, que se define como, “indagar algo con arte y disimulo”. El María Moliner, define fisgar, como, el procurar alguien enterarse indiscretamente de los asuntos de otros preguntando, hablando con ellos, yendo a sus casas y da como sinónimos, atisbar, y acechar. Husmear, es tratar alguien de enterarse de cosas que no le conciernen. Eavesdropping tendría en español, tanto de fisgar, como de husmear, atisbar o acechar. En lo que sigue, se empleará fisgar, fisgonear, espiar, o escuchar o ver a escondidas según el sentido que tenga eavesdropping en cada frase del texto.





existe otro receptor no conocido por ellos. En estos casos, la información intercambiada no es “donada”, sino “robada”.


En su segundo uso, metafórico, eavesdropping es una especie de instinto: la apetencia presente en todos los seres humanos a lo largo de la vida por conocer lo que está ocurriendo en las vidas personales y privadas de los otros. Evolutivamente, aquellos que conocían lo que los demás estaban haciendo o podrían hacer en el futuro, tenían más posibilidades de sobrevivir y pasar sus genes a la siguiente generación. Esa ventaja evolutiva no era tal en los tiempos de los cazadores-recolectores pues todas las actividades se hacían públicamente pero, hace 10 o 15.000 años, ocurrió algo relevante. Por primera vez en la historia, con la domesticación del ganado, la pesca y la agricultura, los humanos se hicieron sedentarios, y también por vez primera, levantaron alojamientos. Nuestros ancestros comenzaron a vivir detrás de muros y la posibilidad de la información directa comenzó a secarse porque las actividades cotidianas, hasta entonces públicas y transparentes, se fueron haciendo parcialmente privadas. Los muros, eran una nueva tecnología que paradójicamente amenazaba la seguridad de los grupos humanos al mismo tiempo que ofrecía oportunidades para soportar las presiones e inclemencias externas. Para Peter Wilson, antropólogo australiano, un subproducto de la domesticación fue la privacidad, que “no era natural en la vida humana” y despertaba sospechas, curiosidad y oposición. Podemos preguntarnos, Locke no lo hace, si era posible ser paranoide en una sociedad transparente como la de los cazadores-recolectores o si fue la aparición de la privacidad con la domesticación y la agricultura lo que permitió la posibilidad de lo paranoide.


Los muros de los hogares interrumpían la “conversación visual” que hasta entonces había sido la norma en la historia humana. Los que permanecían en el interior de sus alojamientos cuando las inclemencias del tiempo no lo justificaban, hacían sospechar a los demás miembros de la comunidad que los estaban detrás  de esos muros podían estar tramando algo siniestro fuera del alcance de la mirada comunitaria pero permitían al mismo tiempo, que los protegidos por los muros desarrollaran conversaciones “familiares”. Los grupos humanos, como en la fábula de los erizos que tuvieron que hacer varios ensayos hasta encontrar la distancia adecuada que les permitiera estar juntos sin que sus púas los dañaran, tuvieron que desarrollar estrategias para equilibrar “la púa” con “el muro”. En los primeros tiempos del sedentarismo, hubo grupos que construían casas pero no vivían en ellas lo que parecía no tener sentido. Para Locke, los que se comportaban así, eran “resistentes” que se oponían al cese de la transparencia en la que hasta entonces habían vivido porque, ahora, para seguir sabiendo “quien hacía qué y a quienes”, eran necesarias estrategias más invasivas y no se trataba solo de ver la superficie externa de los otros, sino de conocer su interior, su intimidad. “Existir como ser humano, implica estar bajo escrutinio” y ese escrutinio, antes transparente, se había vuelto más difícil. Somos procesadores de información pero la información evolutivamente relevante, no es la que se guarda en las bibliotecas sino la que emana de la propia vida y será más importante y verdadera en la medida que sea más íntima y no exista la posibilidad de fingimiento, de ahí, el oír o ver a escondidas, porque en esos casos, el espiado, abandona las medidas defensivas anti-intrusos, tanto en lo privado como en situaciones públicas, “sin muros”, en las que podría recurrir defensivamente a fingir o susurrar porque, incluso el escuchar o ver “a escondidas”, puede hacerse estando visible, simulando inatención, adoptando el modo del observador-participante de la antropología, (ocultando las verdaderas intenciones) o estando “visible”, pero bajo otra apariencia que no es la propia (disfraz).


El impulso de invadir los espacios privados de otros es universal. Es un apetito voraz que, aunque no haya tenido un nombre definido, nunca impidió su conocimiento y su práctica. Hoy en día, dice Locke, los descendientes de ese apetito por  conocer la intimidad de los otros, con el cotilleo y sus hermanos, el rumor y el escándalo, tienen la capacidad de cambiar fortunas, destrozar reputaciones y arruinar vidas.


Locke, recurre para ilustrar este apetito, al demonio Asmodeus de Le diableboiteux de Alain René Le Sage (1668-1747) pero olvida la fuente de ese demonio, el diablo cojuelo, retenido por un astrólogo en su buhardilla de Madrid, que al ser librado de su encierro por Cleofás, un estudiante que huía de la justicia, lo recompensa levantando los techos de las casas de la ciudad de Madrid para que Cleofás, pueda ver las intimidades de las vidas que allí residían. Le Sage, copia argumento y protagonistas de ese Diablo Cojuelo que escribió Vélez de Guevara (1579-1644)2 que tuvo en su tiempo, numerosas réplicas en francés, alemán, y otros idiomas y despertó la envidia de unos cuantos literatos como Nathaniel Hatworne o Dickens que desearían haber disfrutado de la posibilidad que concedió el diablo cojuelo a su libertador. que el apetito para espiar las vidas ajenas es universal lo sabía bien Alfred Hitchcock que, no solo filmó la obra cumbre sobre el fisgoneo, “La ventana indiscreta”, (Therearwindow) sino que apostaba con quien fuera, a que, si viéramos una mujer desnudándose para acostarse o simplemente un hombre holgazaneando en su habitación, no desviaríamos la mirada y diríamos: No es asunto mío… Seguiríamos mirando3.

  


2 Vélez de Guevara se inspiraba a su vez, en las tradiciones populares y en la obra de Rodrigo Fernández de Ribera (1579-1631), Los anteojos de mejor vista, en la que la invasión de la intimidad de los vecinos se produce desde la Giralda de Sevilla a través de unos anteojos especiales.

3 En Islandia, 300.000 habitantes y tres veces la extensión de Galicia, cuenta MilanKundera en El Encuentro, que para soportar la soledad los granjeros apuntan sus prismáticos hacia sus muy lejanos vecinos de las otras granjas que hacen lo mismo que sus vecinos. El libro de Locke, no deja dudas de que se trata de algo más que de soportar la soledad. El mismo Kundera habla de, “se espían unos a otros” y no hace mucho que en Nueva York ocurrió algo semejante. Los ópticos informaron de ventas masivas de pequeños telescopios que no eran precisamente para observar los cielos sino las ventanas de sus vecinos.





Un caso especial de eavesdropping es el de los criados, sobre todo en las casas señoriales de la Inglaterra del XVIII, XIX y principios del XX. Entre los siglos XVIII y XX se levantaron en Inglaterra más de 500 casas señoriales nuevas.


Todas ellas necesitaban criados para su mantenimiento y estos sirvientes vivían bajo el mismo techo que sus señores y sabían de sus intimidades que entonces como ahora, “todos” deseaban conocer. Muchas veces, los criados como únicos testigos, eran convocados en pleitos de divorcio o maltrato doméstico y sus testimonios no eludían las intimidades más escabrosas. Un marqués acusado de impotencia, aportó el testimonio de sus criados que aseguraron haberlo visto con una espléndida erección matutina en más de una ocasión. Los testimonios de camas revueltas, huellas de esperma en las sábanas o ruidos en el dormitorio, no eran infrecuentes. Los criados, tenían una posición complicada. Su “espionaje” les daba poder o les traía desgracia según que o por quien declaraban pero había algo más que eavesdropping. A principios del siglo XX, el 13 % de la población trabajadora eran sirvientes4. En Francia, en la misma época, un tercio de todas las mujeres jóvenes trabajaban como criadas. Todos estos privilegiados “intrusos” sabían lo que sus señores comían y bebían, como se vestían, cuantas veces se bañaban, como hablaban, que tipo de música y entretenimiento disfrutaban. Ser criada o criado, era para la mayoría de ellos, casi todos muy jóvenes, algo transitorio que duraba hasta que se casaban pero en ese tiempo aprendían y emulaban todos los hábitos y maneras de sus señores incluyendo el gusto por el té o el modo de ladear el sombrero y también los valores morales. Esa emulación, servía como un importante medio de difusión 

  


4 En TheLyttelton- Hart –Davis Letters, 1952-1962, A selection, 2001, Editorial John Murray, uno de los libros epistolares más hermosos que he leído (y no fueron pocos), Hart-Davis escribe a Lyttelton, que Sir Lionel Philips, un multimillonario africano, tenía setenta jardineros en su casa de Hampshire (además de otros muchos criados para los demás servicios).





cultural desde las clases altas a las bajas. Las criadas al casarse, llevaban a sus hogares de clase baja los modos de la clase alta mientras que los criados, que ahora sabían comportarse como un gentleman, podía aspirar a puestos de trabajo más importantes a los que su posición social de nacimiento los destinaba. La situación era sin embargo insostenible. En los años finales del siglo XIX, la servidumbre, ahora en su mayoría letrada, almacenaba mucha información que anotaba con el fin de aprovecharla si los tiempos venían malos o buenos. Se habían convertido en periodistas “amarillos” y de algún modo en “policías” que espiaban el santuario del hogar victoriano que vivía ajeno a las normas de la sociedad exterior. Los señores, reaccionaron de varias formas. No despidieron a la servidumbre, la necesitaban, pero la aislaron. Antes, los criados permanecían detrás de las puertas del comedor, incluso del dormitorio, para acudir en cuanto eran llamados lo que les permitía escuchar y ver, por el ojo de la cerradura, lo que pasaba en los salones. El “invento” de la campana que se hacía sonar a través de una cuerda que llegaba a la cocina o a los alojamientos de los criados, ahora separados por pasillos, corredores y pisos, evitaba ese acechar detrás de las puertas que además se dotaron de un escudete que tapaba el ojo de la cerradura desde el interior. Además, se contrataron camareros sordos y se insonorizaron las habitaciones y salas. La tecnología hacía su aparición contra los espías internos.


El fisgoneo permitía el chantaje (blackmail) que combina dos acciones no delictivas en una, que si lo es: pedir dinero y saber algo relevante y verdadero pero comprometido de alguien. En inglés, se llama greymail, a un tipo de chantaje no explícito en el que alguien sorprende por casualidad a otro en una situación comprometida pero no exige dinero por su silencio ni difunde lo oído o visto. A pesar de ello, el sorprendido, se siente en deuda o amenazado y tiende a favorecer al que calla de un modo u otro.


Locke, se pregunta, si el impulso evolutivo de espiar las vidas  ajenas se abandonaría cuando ya no produce ventajas evolutivas tangibles sino solo diversión. La respuesta es afirmativa como podemos constatar a diario. El fisgoneo recreativo, fue muy popular antes de la época de los mass-media pero ahora, millones de voyeurs fisgonean las vidas ajenas en los numerosos programas de televisión como Gran Hermano que satisfacen ese evolutivo apetito de intromisión (en los espectadores) con un nuevo componente más reciente (el exhibicionismo de los participantes). Locke, no dedica mucha atención a los modos nuevos de fisgoneo y cotilleo que inundan las revistas y televisiones y tampoco al “guasapeo”, Instagran y similares. Paparazzis, y programas británicos de puro cotilleo del tipo de Sálvame son mencionados pero apenas analizados. Facebook y Twuitter tienen algo más de espacio en el libro. Los considera los herederos de los Diarios íntimos que salvo raras ocasiones no estaban destinados a su publicación o eran publicados años después del fallecimiento de su autor como el Diario de Samuel Pepys, escrito incluso con claves secretas que fue descubierto entre los papeles de su legado muchos años después de su muerte. En Facebook y Twitter como en Gran Hermano, no hay robo de intimidad sino exposición voluntaria que a veces puede ser falsa o acordada como cuando alguna celebrity permite ser fotografiada “por azar” previo pago de cantidades que pueden ser importantes. O como los innumerables “acechadores” que asisten silenciosos a los intercambios de los participantes sin hacerlo ellos mismos protegidos con seudónimos o desde el anonimato sin más.


Si el eavesdropping implica el robo de experiencias íntimas de otros el cotilleo es la difusión de este robo. Umberto Eco, dedicó un largo artículo al cotilleo en uno de sus últimos libros que viene aquí al caso. Para Eco, una de las tragedias sociales de nuestro tiempo ha sido la transformación de esa válvula de escape, bastante útil, que era el cotilleo. En su versión clásica, el que se hacía en la taberna o la peluquería, el cotilleo era un elemento de cohesión. Nunca se referiría a personas sanas, o felices sino a los errores y desgracias ajenas y podía expresar  desprecio pero también compasión. El cotilleo moderno, es un producto de la prensa que se ocupaba de personas relevantes que se exponían voluntariamente a la observación de fotógrafos y cronistas. Este tipo de prensa, “inventaba” noticias, pero inventar, no es para Eco, informar de un acontecimiento que no se ha producido sino, convertir en noticia aquello que antes no lo era. Con la prensa y después con la televisión, el cotilleo pasó de susurrarse a gritarse y entró en una segunda fase en la que ya no eran los cronistas los que cotilleaban sino que eran las teóricas víctimas del cotilleo las que se ofrecían a cotillear sobre sus intimidades. Una epidemia de “visibilidad” parece propagarse en los últimos tiempos. Tres significantes la delatan y es posible escucharlos en políticos, y laicos: poner en valor, hacer visible, mostrar solidaridad. Todo el mundo quiere subir al escenario a poner en valor lo que sea y hacer visible su solidaridad con no importa qué; el problema es que ya casi no hay espectadores para tanta visibilidad. El fisgoneo no ha podido, al parecer, escapar de esa visibilidad que todos ahora procuran. Este libro aporta algunas claves para entender esta “epidemia” difícil de soportar al menos para quienes añoran el “sano” cotilleo antiguo.